lunes, 9 de julio de 2007

Granada


Sin percibirlo apenas, el viajero habrá entrado en Granada. Si en Córdoba recordamos que se privó voluntariamente de adjetivos por no saber de cierto cuál sería el más apropiado para la ciudad musulmana, en Granada le está comenzando a desertar la gramática en pleno. Se encuentra mudo de conceptos. La contemplación de la ciudad se le viene encima y él se halla tan sin palabras que nombres, verbos, adverbios y adjetivos pierden capacidad y sentido, como si no lo hubiesen tenido nunca, o no el suficiente. Nada pueden conjunciones, preposiciones y otras partes invariables y en apariencia más rígidas en la frase. Por unos momentos rebañará su diccionario interior y sólo se topará con sus límites. Extrañamente gozoso y desesperado, recuperará un estado de muda y estúpida inocencia. Dejará que la ciudad le penetre por los ojos y el cuerpo todo sin que las carencias ni reglas de ninguna lengua le constituyan frontera. Burlando las teorías gramaticales y la más elemental lógica lingüística, aprehenderá estados del aire, colores, luces, aromas y tactos sin tener que nombrarlos. La inespecificación de sensaciones elevará hasta el infinito la capacidad combinatoria de su corazón. Verá carteles en la calle y no sabrá leerlos. Oirá lenguas y no las entenderá. No conocerá a nadie. No le importará saber donde está ni por qué ha llegado. Sólo sentirá un estado de absoluta, desconocida y redonda felicidad.

De pronto, un estampido le devolverá a su ser inicial, habrá olvidado de golpe un gran número de cosas pero se dará cuenta de que sabe otras distintas. Mirará para sí y se verá con ropas que desconocía, similares a las de sus vecinos. Les preguntará en un idioma que no sabía que supiese y éstos le contestarán en la misma lengua. Y los entenderá. Mirará hacia la Torre de la Vela que tiene enfrente y observará que tremolan un estandarte distinto al que ayer recordaba. Súbitamente sentirá frío. La temperatura exterior le está refrescando la memoria y de pronto ha caído en la cuenta de que en el calendario de los rivales cristianos es día dos de enero del año del Señor de mil cuatrocientos noventa y dos.

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