jueves, 17 de febrero de 2011

Historia del fish (sin chips) cofrade II

Al comienzo, el Hermano Mayor (es el equivalente al cargo de presidente de la asociación) dirige unas palabras a los asistentes. Están los hermanos mayores que a la hora del discurso son cortitos. Cuando quiero decir cortito es en el amplio de la palabra cortito; hay otros eternos que hablan, se repiten, vuelven al inicio y nunca terminan pero la verdad es que ni uno ni otros dicen nada interesante para los asistentes, deseosos de hincarle el diente al yantar pero, eso sí, una vez terminado el incansable discurso comenzaba algo así como “La guerra de los mundos” pero en versión sevillana: “La guerra del pescaíto”. Hombres y mujeres, a dos manos, dando empujones, manchas de aceite (del aceite sí contaba el inglés historias, pero serán en otro capítulo), pisotones, codazos…aquello parecía época de hambruna. Yo creo que el inglés era muy exagerado y lo que contaba lo decía por ser el centro de atención de todos los que estábamos escuchándolo en el pub, ya que días ante nos contó que, cada vez que iba a cenar a casa de esos capillitas que habitualmente iban a los pescaítos, sus madres o sus esposas lo que ponían en la mesa era cincuenta gramos de jamón cocido finamente cortado y un vasito de sopa de sobre con mucha yerbabuena. Ésta era la típica cena de estas familias y con esa fórmula decían que por la noche se dormía bien y se despertaba todavía mejor por la mañana, ya que al estómago también hay que dejarlo descansar. Me pregunto yo, escuchando la historia del pescaíto, ¿esa noche dormirían fatal?¿Se levantarían por la mañana peor todavía?¿esa noche no descansaba el estómago?

Una vez devorado todo el condumio y, quedando sólo en la mesa los papeles llenos de aceite donde venía el pescao de la freiduría, el mantel de papel blanco, los vasos de plásticos, las espinas del pescao y las virutas de harina frita (que son, por otra parte, las únicas sobrevivientes del tsunami gastronómico), llegaba la hora de la llamada "quien no este allí presente es carne de perro". Me explico. Lleno el estómago y coloraítas las mejillas, llegaba el momento de lo que parece ser es donde más disfrutaban los capillitas, oséase, el darle a la lengua. Grupitos donde criticaban al que no estaba o al que estaba en otro grupito o a los de otras hermandades. Aquello se encendía de tal forma que, al final, todos terminaban en el pub o bar de copas más cercano donde seguían las lenguas viperinas y te podía llegar la metralla si estabas lejos. Pero lo gracioso es que, después de todo, era el día que se veían entre ellos, se daban abrazos y besos efusivamente cuando se habían puesto a parir unos a otros horas antes.

Sonaba la campana en The White Hart y, con el sonido de la campana, le pregunté una cosa que no entendía al inglés que fue a Sevilla y volvió capillita: ¿quién pagaba el pescaíto?¿por qué se llaman hermandades donde conviven los capillitas? Se quedó por un momento en silencio, pensando y comenzó a contar otra historia…

2 comentarios:

Sabor Añejo dijo...

La historia me ha encantado, tanto la primera parte como la segunda.
Ay que rico pescaíto.

Saludos.

Duende del Sur dijo...

Me alegro que te haya gustado la historia, querida Sabor Añejo.

El pescaíto, que no nos falte nunca.

¡Saludos!