sábado, 12 de mayo de 2007

Francisco de Zurbarán

Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Extremadura, 7 de noviembre de 1598- Madrid, 27 de agosto de 1664), pintor del Siglo de Oro español.

Contemporáneo y amigo de Velázquez, Zurbarán destacó en la pintura religiosa, en la que su arte revela una gran fuerza visual y un profundo misticismo. Fue un artista representativo de la Contrarreforma. Influido en sus comienzos por Caravaggio, su estilo fue evolucionando para aproximarse a los maestros manieristas italianos. Sus representaciones se alejan del realismo de Velázquez y sus composiciones se caracterizan por un modelado claroscuro con tonos más ácidos.

Francisco de Zurbarán nació el 7 de noviembre de 1598 en Fuente de Cantos Badajoz, Extremadura. Sus padres fueron Luis de Zurbarán, comerciante acomodado, e Isabel Márquez. Otros dos importantes pintores del Siglo de Oro nacerían poco después: Velázquez (1599-1660) y Alonso Cano(1601-1667).

Probablemente se iniciara en el arte pictórico en la escuela de Juan de Roelas, en su ciudad natal, antes de ingresar, en 1614, en el taller del pintor Pedro Díaz de Villanueva (1564-1654), en Sevilla, donde Alonso Cano le conoció en 1616, probablemente también trabó relación con Francisco Pacheco y sus alumnos, a más de tener cierto influjo procedente de Sánchez Cotán tal cual puede observarse en la Naturaleza muerta que pintara Zurbarán hacia 1633. Su aprendizaje se terminó en 1617, año en el que Zurbarán se casó con María Páez. El único cuadro que hoy se conoce y que corresponde a los comienzos de su carrera es el de una Inmaculada de 1616.

En 1617 se estableció en Llerena, Extremadura, donde nacieron sus tres hijos: María, Juan (Llerena 1620-Sevilla 1649), (que fue pintor, como su padre, y murió durante la gran peste ocurrida en 1649), e Isabel Paula.

Tras el fallecimiento de su esposa, se volvió a casar en 1625 con Beatriz de Morales, viuda y con una buena posición económica, aunque diez años mayor que él, como su primera esposa. En 1622 era ya un pintor reconocido, por lo que fue contratado para pintar un retablo para una iglesia de su ciudad natal.

En 1626 y ante un notario, firmó un nuevo contrato con la comunidad de predicadores de la orden dominica de San Pablo el Real, en Sevilla: tenía que pintar 21 cuadros en ocho meses. Fue entonces, en 1627, cuando pintó el Cristo en la Cruz, obra que fue tan admirada por sus contemporáneos que el Consejo Municipal de Sevilla le propuso oficialmente, en 1629, que fijara su residencia en esta ciudad hispalense. En este cuadro la impresión de relieve es sorprendente: Cristo está clavado en una burda cruz de madera. El lienzo blanco, luminoso, que le ciñe la cintura, con un hábil drapeado — ya de estilo barroco —, contrasta dramáticamente con los músculos flexibles y bien formados de su cuerpo. Su cara se inclina sobre el hombro derecho. El sufrimiento, insoportable, da paso a un último deseo: la resurrección, último pensamiento hacia una vida prometida en la que el cuerpo, torturado hasta la extenuación pero ya glorioso, lo demuestra visualmente.

Igual que en La Crucifixión de Velázquez (pintado hacia 1630, más rígido y simétrico), los pies están clavados por separado. En esa época, las obras, en ocasiones monumentales, trataban de recrearse morbosamente en la crucifixión; de ahí el número de clavos. Por ejemplo, en las Revelaciones de Santa Brígida se habla de cuatro clavos. Por otra parte, y tras los decretos tridentinos, el espíritu de la Contrarreforma se opuso a las grandes escenificaciones, orientando especialmente a los artistas hacia las composiciones en las que se representara únicamente a Cristo. Muchos teólogos sostenían que tanto el cuerpo de Jesús como el de María tenían que ser unos cuerpos perfectos. Zurbarán aprendió bien estas lecciones, afirmándose, a los veintinueve años, como un maestro incontestable.

El maestro sevillano:

Considerado un pintor de imaginería (artista especializado en imágenes y estatuas) Zurbarán firmó un nuevo contrato en 1628 con el convento de Nuestra Señora de la Merced Calzada, y se instaló, con su familia y los miembros de su taller, en Sevilla. Pintó entonces el cuadro de San Serapio, uno de los mártires de la Orden de la Merced, muerto en 1240 tras haber sido torturado, probablemente por los piratas ingleses.

Los religiosos mercedarios (pertenecientes a la Orden de la Merced), además de los votos tradicionales de castidad, pobreza y obediencia, pronunciaban un voto de "redención o de sangre" por el que se comprometían a entregar su vida a cambio del rescate de los cautivos en peligro de perder su fe.

Zurbarán quiso representar el horror sin que en la composición apareciera ni una gota de sangre. Aquí no se intuye el ensueño divino que precede a la Resurrección. La boca entreabierta no deja escapar ni un grito de dolor, demuestra el abatimiento paroxístico, dice en un soplo, simple y terriblemente, que ya es demasiado para seguir viviendo.

La gran capa blanca, casi un trampantojo, ocupa la mayor parte del cuadro. Si se hace abstracción del rostro, la relación entre la superficie total y la de este vasto espacio blanco es —exactamente— el número áureo.

Nominándose a sí mismo como "maestro pintor de la ciudad de Sevilla", Zurbarán despertó los celos de algunos pintores como Alonso Cano, a quien Zurbarán desdeñó. Se negó a pasar los exámenes que le darían derecho a utilizar este título, pues consideraba que su obra y el reconocimiento de los grandes tenían más valor que el de algunos miembros, más o menos amargados, de la corporación de los pintores. Le llovían los encargos de las familias nobles y para los grandes conventos que los mecenas andaluces protegían, como los de los jesuitas.

La gloria nacional:

En 1634 efectuó un viaje a Madrid. Su estancia en la capital resultó determinante para su evolución pictórica. Se encontró con su amigo Diego Velázquez, con el que analizó y meditó sobre sus obras. Pudo contemplar las obras de los pintores italianos que trabajaban en la corte de España, como las de Angelo Nardi y Guido Reni. Zurbarán renunció, desde ese momento, al tenebrismo de sus inicios, así como a las veleidades caravagistas (de las que se puede ver un ejemplo en el cuadro: La Exposición del cuerpo de San Buenaventura, especialmente en las caras de los adolescentes situados en la parte derecha del cuadro). Sus cielos se hicieron más claros y los tonos menos contrastados.

Dotado con el título de "Pintor del Rey", volvió a Llerena, donde pintó, gratuitamente, un cuadro para la iglesia de Nuestra Señora de la Granada debido a la devoción que sentía por la Virgen María. Los encargos se le acumulaban: Nuestra Señora de la Defensión, la Cartuja de Jerez de la Frontera, la iglesia de San Román en Sevilla...

Esta última ciudad, a orillas del Guadalquivir era uno de los grandes puertos europeos, que vivía del comercio con las Américas. Los galeones llegaban cargados de oro y zarpaban con las bodegas llenas de productos españoles (entre otras cosas, obras de arte). Se tiene constancia de que, en 1638, Zurbarán, reclamó el pago de una suma que le debía Lima.

En 1639 murió su segunda esposa, Beatriz, y, en ese año, Zurbarán pintó: Cristo en Emaús (Museo de las Bellas Artes, México) y San Francisco en éxtasis. En 1641 se volvió a casar, por tercera vez, con Mariana de Cuadros (viuda de Juan) que moriría poco después.

En enero de 1643 el Conde-Duque de Olivares hasta ese momento favorito de Felipe IV de España, fue exiliado. Olivares era un gran protector de los pintores andaluces. Esta crisis política se unió a una ralentización de la actividad comercial de Sevilla, lo que significó, asimismo, que disminuyera el número de encargos pictóricos. Zurbarán, altamente estimado, no se vio afectado por este percance. En 1644 se casó con Leonor de Tordera, hija de un orfebre. Ella tenía veintiocho años y Zurbarán cuarenta y seis. Tuvieron seis hijos.

Hacia 1636, Zurbarán intensificó la exportación a América del Sur. En 1647, un convento peruano le encargó treinta y ocho pinturas, veinticuatro de las cuales tenían que ser de Vírgenes a tamaño natural. En el mercado americano puso en venta, asimismo, algunos cuadros profanos, lo que le compensó de la disminución de la clientela andaluza— de la que otro pintor sevillano Murillo sería también víctima, y lo que explicaría, a su vez, la marcha de Alonso Cano a Madrid.

Los encargos que tenía Zurbarán eran muchos, y de ellos da cuenta un contrato encontrado según el cual Zurbarán vendió a Buenos Aires quince vírgenes mártires, quince reyes y hombres célebres, veinticuatro santos y patriarcas (todos ellos a tamaño natural) y también, nueve paisajes holandeses. Zurbarán podía permitirse el mantener un taller importante con aprendices y asistentes. Su hijo Juan, conocido por ser un buen pintor de bodegones (escenas de cocina, mercados y naturalezas muertas), trabajó probablemente para su padre. Una hermosa naturaleza muerta de Juan Zurbarán se encuentra en el museo de Kiev.

A principios de los años 1650 Zurbarán viajó de nuevo a Madrid. Pintó, entonces, en esfumado, el admirable rostro de la Virgen en la Anunciación (1638), que se encuentra en el Museo de Grenoble, y Cristo llevando la Cruz de 1653 (catedral de Orleans). En 1658 los cuatro grandes pintores —Zurbarán, Velázquez, Alonso Cano y Murillo— se encontraban en Madrid. Zurbarán testificó durante la investigación llevada a cabo sobre Velázquez, lo que le permitió ingresar en la Orden de Santiago como él deseaba. De esa época datan: El lienzo de la Verónica (Valladolid, Museo Nacional), El reposo durante la huida a Egipto (Museo de Budapest) y San Francisco arrodillado con una calavera (Madrid, colección de Plácido Domingo). Su fiel amigo Velázquez murió en 1660.

El 27 de agosto de 1664 Francisco de Zurbarán murió en Madrid.

Fuente: Wikipedia.

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