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lunes, 11 de mayo de 2009

La calle del Duende

A la terminación de la guerra entre Inglaterra y Francia, que se libró en España y que impropiamente llamamos "Guerra de la Independencia, al avanzar los ingleses y tropas españolas por Triana, expulsando hasta Alcalá de Guadaíra a los franceses y tropas españolas llamadas afrancesadas, se produjo un encuentro en el terreno que está comprendido entre el actual hospital de la Cruz Roja de Triana y la Cava, hoy llamada Pagés del Corro, en unas huertas que entonces se llamaban "El Matillo Alto", en uno de cuyos callejones entre huerta y huerta quedó muerto un oficial francés.

Pasado algún tiempo, terminada la guerra, se empezó a edificar aquella zona formándose una calle y los primeros vecinos observan que a horas desusadas salía un hombre que recorría la calle y volvía a entrar en la misma casa de que saliera.

Pronto empezaron los vecinos a manifestar sy temor, deduciendo que por las noches salía el espíritu o fantasma de aquel oficial francés que fue muerto en el último combate. Y como la gente era entonces piadosa y creyente, acudieron al vecino convento de San Jacinto para pedir a los frailes que hicieran lo posible para que aquel ánima en pena abandonase el lugar y dejase tranquilos a los moradores de la calle. Pero de nada sirvieron los exorcismos, procesiones y rosarios de la aurora, porque de vez en cuando, inesperadamente, algún vecino que volvía tarde a su casa, de madrugada, se encontraba con el aparecido. Por este motivo aquella calle nueva recibió el nombre de Calle del Duende.

Pasados unos años y, tras los sucesos de 1824, hubo una amnistía y sorprendentemente apareció el duende, que no era otro que el oficial francés, que no había muerto y que, recogido por una caritativa joven, había vivido oculto en la casa, donde, a falta de otro entretenimiento, tuvo varios hijos con su protectora. Se casaron y ya el francés hizo vida normal, pudiendo salir de día en vez de hacerlo de madrugada.

La calle se siguió llamando hasta 1890 calle del Duende, llamándose ahora Ruiseñor. Es la primera que encontraréis a mano izquierda, pasada Pagés del Corro y antes de llegar a la de Justino Matute.

Fuente: de MENA, José María. Tradiciones y Leyendas Sevillanas. Plaza & Janes Editores, S. A, 1989.

domingo, 20 de mayo de 2007

Los Seises

Uno de los más bellos espectáculos que se pueden contemplar en Sevilla es el baile de los seises, en los ocho días siguientes a la festividad del Corpus Christi, y en la semana de octava de la inmaculada. Los seises forman un grupo de canto y baile, con la particularidad de que sus trajes y sus canciones son del siglo XVI. Este grupo data del 1439 al menos. Se les llamó primitivamente niños cantorcillos y mozos del coro.

En los dos primeros siglos vestían de pastorcillos con una pelliza que mostraba la lana del cordero, calzones cortos y unos borceguíes o botas de becerro. El nombre de seise, es una modificación fonética, mediante el seseo andaluz de la palabra castellana seize, que significaba dieciséis. De este modo, fueron en su origen dieciséis aunque actualmente se ha reducido a doce.

En el siglo XVI-XVII se cambió la ropa por un trajecito de paje al estilo de la corte de los Austrias, con un juboncillo, que viene a ser una chaquetilla sin mangas, muy ajustado al cuerpo. El juboncillo es de color rojo para los días de la octava del Corpus y de azul para los días de la Inmaculada Concepción. La prenda inferior es de calzón corto de color blanco al igual que las medias. Todo ello se completa con una banda que cruza el pecho, zapatos forrados de raso y un sombrero con plumas.

Originariamente, los seises bailaban con el adufe o pandero, instrumento muy popular en Sevilla en épocas pasadas. Pero se ha sustituido por unas castañuelas. La música que interpretan en sus bailes en un principio eran Villancicos, entre ellos el Guárdame las Vacas. A finales del siglo XVI se sustituyen por canciones musicales de mayor empeño creados por los maestros de capilla de la catedral, con acompañamiento de órgano polifónico que han evolucionado desde las gallardas, hasta las pavanas.

En todos los actos que participan echan tres bailes: uno en honor al Santísimo Sacramento, o para la Virgen, el segundo en honor al prelado, y el último para las autoridades y el pueblo.

Finalmente cabe decir, que la Iglesia Católica debe a los seises de Sevilla el color celeste de las fiestas de la Virgen.

sábado, 19 de mayo de 2007

El Tesoro del Carambolo

Esta leyenda está basada en una batalla entre los tartesios y los fenicios.

Los fenicios habían fundado su factoría comercial en Sevilla, y estos tenían buenas relaciones con los tartesios. Los fenicios se fueron haciendo cada vez más ricos y cuando estuvieron seguros de su potencial económico pretendieron abusar de los tartesios y explotarlos. Para ello despreciaron los productos para obtenerlos mas baratos a costa del hambre de los tartesios. Por aquella época el Rey de los tartesios era el célebre Argantonio, que tenía un hijo que se llamaba Terión.
Argantonio decidió exponerles a los fenicios que si no cambiaban la actitud rompería con ello todo tipo de tratados que comerciales con ellos, destruyendo todas las factorías fenicias y expulsándoles del país.

Los fenicios no acataron las ordenes de Argantonio, y éste comunicó a los fenicios que debían de abandonar Andalucía, haciendo caso omiso a esta orden.

Por lo que Argantonio se vio obligado a atacar las dos principales ciudades fenicias, Cádiz, y Sevilla, dividiendo en dos su ejercito, uno lo encabezaba él y el otro su hijo Terión.

Sin embargo los fenicios no se descuidaron. Reuniendo en Cádiz y en Sevilla, numerosos ejércitos, y decidieron atacar la ciudad de Tartesos, desguarecida por la salida del ejército de Argantonio.
La ciudad quedó destruida rápidamente y todos sus habitantes murieron, mientras el ejército de Argantonio vio un resplandor en su ciudad e intentó rápidamente volver, pero ya era tarde, y sobre Argantonio cayeron los fenicios hasta que mataron a todos incluidos Argantonio. Tan sólo quedó un fugitivo que corriendo se fue a dar aviso a Terión diciéndole todo lo que había acontecido.

Y le entregó a Terión lo único que había quedado, que eran las insignias reales, y puso a los pies de Terión un lienzo en el que apareció los brazaletes, y el collar del Rey de los Tartesos.
Terión entonces exclamó - venganza- y fue con su ejército a conquistar Híspalis. Así al llegar a lo que hoy llamamos Castilleja de la Cuesta acamparon, ocultándose en los bosques.

Y al llegar el amanecer Terión estaba decidido a atacar. Pero habiendo muerto Argantonio y todos los sucesores del Rey sólo quedaba él, entonces no podía dejarle las insignias reales a nadie. Así que tuvo que enterrarlas en un cántaro de barro en un pequeño hizo en la tierra. Terión se arrodilló para orar a los dioses y después enterró las insignias.

Volvió Terión al campamento, y lanzó su ejército a los fenicios que perecieron todos y conquistó Sevilla, muriendo Terión en el intento, con lo cual nunca pudo recuperar sus joyas. Más tarde los tartesicos también invadieron Cádiz y la conquistaron con lo que los fenicios fueron aniquilados por los tartesios.

Nada más se supo del Tesoro en dos mil años, hasta que el 30 de septiembre de 1956, unos obreros excavaban en el cerro del Carambolo, al hacer unas zanjas para el club del tiro Pichón encontraron un cántaro de barro en el que aparecieron las insignias reales de Argantonio, que hoy día se exponen en el Museo Arqueológico de Sevilla.

viernes, 18 de mayo de 2007

La Torre de Don Fadrique: La leyenda

Cuenta la leyenda, que una vez muerta Doña Beatriz de Suabia, esposa de Fernando III el Santo, este fue aconsejado por sus ministros de contraer nuevo matrimonio con Juana de Pointhinev, perteneciente a la Familia Real francesa, para así entablar relaciones con esta nación. La diferencia de edad entre ambos era muy elevada, pues él rondaba los cincuenta años, mientras que ella sólo tenía diecisiete. Según el rumor popular, la elevada edad del monarca, le impidió satisfacer sexualmente a su esposa.

A esto debemos unir el comienzo de las campañas de conquista de Córdoba y Sevilla, que mantuvieron al Rey bastante tiempo separado de su esposa y sin poder degustar las mieles del matrimonio. Acabadas las campañas, el Rey trajo a Sevilla a su esposa y se aposentaron en en Alcázar, donde fallecería el monarca en 1.252, permitiéndosele a su difunta continuar viviendo allí con sus séquitos e hijos. Un día, paseando su tristeza por los jardines del Alcázar, como solía hacer, conoce a Don Fadrique, hijo de su difunto marido y Doña Beatriz de Suabia, y hermano de Alfonso X, actual Rey tras la muerte de su padre. Don Fadrique con el pretexto de la caza con halcones, actividad que solía realizar la viuda, comenzó a verla asiduamente hasta que ambos se enamoran perdidamente el uno del otro.

Don Fadrique con la excusa de protección para la ciudad, manda construir una torre en el interior de la ciudad, acto que desencadenaría los comentarios populares pues difícil de comprender era la funcionalidad de esa torre, y más aún las continuas visitas de Don Fadrique y Doña Juana de Pointhinev a la misma. Alfonso X, enterado de lo que sucedía entre la pareja, se niega a tomar medidas contra ellos, con lo que la nobleza y las autoridades deciden actuar por sí mismos, despreciando a la viuda en el banquete en honor a su cumpleaños, al que no asistió nadie. Ante la presión a la que se enfrentaba Doña Juana, decide regresar a Francia, a pesar de los vanos intentos de su enamorado por impedirlo.

Según la leyenda, mientras ella surcaba las aguas del Guadalquivir, en su marcha, dirigió una mirada a la torre que durante varios años había sido nido de sus amores, y con un pañuelo, llorando desconsoladamente, hizo una señal de despedida, a la que respondió Don Fadrique desde sus almenas, con los ojos llenos de lágrimas. Este parece ser el motivo por el cual el Rey Alfonso X, obligado por el clero y la nobleza, autorizara un proceso contra Don Fadrique, el cual fue ejecutado en Toledo.

miércoles, 16 de mayo de 2007

El Cuerpo de San Isidoro

Cuando murió Abul Kasim Abbas, su hijo, dirigió un mensaje a los habitantes de Sevilla , que Hixen II al haber muerto sin sucesor, él hijo del Visir, ocupaba el trono. Así fue Almothadi el que se convirtió en Rey.

En aquellos tiempos vivían los reinos musulmanes en constantes guerras con Castilla Y León y Almothadi demostró prudencia y gran sagacidad política, entablando negociaciones con el Rey Fernando I, obligando a los demás reinos andaluces a mantener la paz con los cristianos, colocando a Sevilla a la cabeza de toda la España mahometana. Para consolidar las bunas relaciones con Fernando I , le envió ricos presentes, la corte de León por aquellos tiempos era pobre a causa de las guerras, y los regalos causaron una impresión muy buena.

Consolidadas las relaciones, entre los dos monarcas, Fernando I manifestó al monarca sevillano, que desearía recuperar para la España cristiana las reliquias de las Santas Justa y Rufina, y llevárselas para León. Almotahdi accedió, pero contestó que habían pasado muchos siglos y que los musulmanes ignoraban donde estarían las reliquias. Pero Fernando le contestó que posiblemente estarían en algún subsuelo de alguna iglesia visigoda. Entonces el Rey sevillano, le dijo que mandará a gente cristiana a que buscaran ellos mismos.

Y Felipe I mandó a Alvito, obispo de León, acompañado de un sequito de caballeros y de monjes. Empezaron a examinar edificios sin la fortuna de encontrar las reliquias, y así se pasaron todo un año y desalentados volvieron a León. Pero en el día en el que iban a volver a León, se le apareció en sueños al obispo, un hombre vestido con una túnica blanca y una mitra en la cabeza, diciendo que el era el obispo de Sevilla San Isidoro, y que Dios le había dado el gozo de que encontrara sus restos y los enviara a León. Pero sorprendente fue lo siguiente que le dijo, que moriría en un plazo de tres días y que no podría terminar la misión. Seguidamente la aparición le dijo donde estaba su cuerpo.

A la mañana siguiente el obispo contó todo lo que le había sucedido, y todos fueron al lugar que le había dicho, excavaron y encontraron una losa a poca profundidad y bajo ella un ataúd , que al abrirlo apareció incorrupto el cuerpo de San Isidoro amortajado.

Poco después sacaron el ataúd, y mandaron hacer uno nuevo de ricas maderas y cumpliendo con lo que le dijo el obispo de León murió a los tres días acompañando al cuerpo de San Isidoro en otro ataúd similar al del santo sevillano.

En la explanada interior de la puerta de la Macarena, el Rey Almotahdi despidió a los monjes y a los caballeros, y cuando pasó el ataúd de San Isidoro, éste se arrodilló, lo besó y dijo Sevilla vale menos desde que tú no estás, y se fue hacia los Alcázares pensativo.

Lo que no se sabe es donde se halló el cuerpo de San Isidoro, unos dicen que en Santiponce, otros que en la catedral, para otros en la Iglesia de San Vicente, sea como fuere el cuerpo de San Isidoro reposa hoy en día en la Catedral de León.

martes, 15 de mayo de 2007

El lema NO8DO

Siendo Rey Don Alfonso X el Sabio, el reino pasó por uno de sus mayores déficit, ya que el Sabio Rey, en su desconocimiento de administrar un reino, gastaba más de lo que ingresaba. El descontento no se hizo esperar entre los monarcas y el pueblo, que formaron bandos a favor y en contra del Rey.

El príncipe Sancho, hijo de Alfonso X y heredero del trono, se alzó en armas junto a su madre Doña Violante, para intentar restablecer el orden. El bando de Don Sancho y Doña Violante fue ganando adeptos, ya que lo veían como la esperanza de una mayor prosperidad. El príncipe Sancho, no quiso entablar en ningún momento ninguna batalla contra su padre, limitándose a atraer a los partidarios de su padre a su lado, con lo que sin apenas usar la fuerza se hizo Rey de Galicia, Castilla, León, Asturias, Murcia, Extremadura y Andalucía, siendo reconocido y acatado por todas sus ciudades excepto por Sevilla, donde apoyaban fielmente a Don Alfonso X, y donde éste se refugió. Los altos caballeros de Sevilla, se marcharon a reconocer como Rey a Sancho, dejando a Don Alfonso X solo en la ciudad, apoyado por los clérigos y ayuntamiento, éste último formado por una representación de todas las masas sociales, hizo saber al Rey que le apoyarían en todo hasta la muerte. De ahí que antes de fallecer Don Alfonso X, concediera a Sevilla por su lealtad, que pusiera en su escudo las sílabas "no" y "do" y entre ellas una madeja de lana. Esto significa " no madeja do " correspondiente al dialecto sevillano, que en castellano sería "no me ha dejado".

lunes, 14 de mayo de 2007

La Misa de las Ánimas

Los hechos que esta leyenda relata, sucedieron en la iglesia de San Onofre, situada en la actual Plaza Nueva. Se encontraba un fraile de la congregación rezando en la Capilla, cuando otro clérigo al que no conocía entró en la iglesia, accedió a la sacristía y al instante salió preparado para dar misa. Se acercó al altar, se volvió, murmulló algo y se marchó. El fraile que rezaba, no le prestó mayor atención al hecho.
Al día siguiente, a la misma hora, volvió a entrar el mismo clérigo y actuando del mismo modo, se marchó, lo cual ya sorprendió más al fraile. Al suceder lo mismo el tercer día, el fraile decidió comunicárselo al Prior, el cual le contestó diciéndole que la próxima vez que ocurriese, se prestase a ayudarle a celebrar la misa. Un dos de noviembre, día de los difuntos, volvió a aparecer el clérigo, al cual se ofreció el fraile para realizar la misa, tal y como el Prior le había ordenado. Cuando acabó la celebración, el clérigo se acercó al fraile y le dijo que era un fraile del mismo convento que él, fallecido hacía años, y que se encontraba en el purgatorio por no cumplir en vida con su obligación de realizar la misa de difuntos, pero que gracias a él, ya había purgado su pecado y podría ir al cielo. En relación a esta leyenda, en la Iglesia del Pozo Santo, hay un grabado con una serie de números, que acompañan cada uno a un pecado venial. Bajo el grabado hay una serie de cajoncillos y dentro de cada uno unas fichas de madera numeradas. Las monjas cada vez que van al coro, sacan una ficha de un cajoncillo y la meten en otro, con lo cual pasan un alma del purgatorio al cielo.

domingo, 13 de mayo de 2007

Doña Leonor Dávalos

Don Alonso de Guzmán, hijo de Guzmán el Bueno, era uno de los continuos conspiradores contra el trono de Don Pedro I el Cruel. En una de esas conspiraciones contra el trono, fue detenida su esposa Doña Urraca Ossorio, y condenada a muerte por su participación como cabecilla. La ejecución se llevó a cabo en la Laguna de Ferias, lugar donde hoy se encuentra la Alameda de Hércules.

Cuando se dio la orden de encender la pira, cuenta la leyenda que una ráfaga de aire, levanto el vestido de la condenada, dejándola desnuda ante la masa popular que con diversión acogió tal hecho. Una joven sirvienta de la familia Guzmán, para evitarle la deshonra, se lanzó a las llamas para tapar así a su señora. Esa mujer se llamaba Doña Leonor Dávalos, y sus cenizas fueron enterradas en el mismo sepulcro que las de Doña Urraca. El lugar del hecho fue señalado con una cruz, en cuya base había una tinaja. De ahí que la calle, hoy en día se llame Cruz de la Tinaja.

sábado, 12 de mayo de 2007

La Sangre del Alcázar

En la Sala de los Azulejos, del Alcázar, podemos ver una mancha en el suelo, la cual según se cree, es de sangre de Don Fadrique, hermanastro del rey Don Pedro I el Cruel. El monarca, que estaba casado con Doña Blanca de Borbón, a la cual desde su boda hasta que fuera enclaustrada solo estuvo dos días, enterado de que mantenía relaciones sexuales con su hermanastro Don Fadrique, mandó llamar a éste, para hablar en el Alcázar, pero una vez allí ambos, el Rey en un acto de frialdad y crueldad, mató a su hermanastro, teniéndose connotaciones históricas del despiadado y sangriento asesinato, teniendo el Rey que rematar a su hermanastro con una daga, ya que éste no moría. Según la leyenda, la sangre cayó en el suelo de mármol, que se encontraba bruto y sin pulimentar, absorbiéndola éste y quedando manchado durante los años, hasta hoy.

viernes, 11 de mayo de 2007

Abenamar y Sevilla

El Rey Alfonso VI de Castilla, en su juventud, siendo príncipe, fue perseguido por su hermano y hubo de refugiarse en la corte árabe de Toledo, donde aprendió a jugar al ajedrez. Muerto el hermano y ya en el trono, propuso ensanchar el Reino de Castilla a cuyo efecto conquistó Toledo, y realizó incursiones por Andalucía sembrando el temor entre los reyes taifas andaluces.

Almutamid, rey de Sevilla, al ver que se acercaba, le envió una embajada que habría de pactar con el castellano.

Designó el rey, a su buen amigo Abenamar, el poeta, que ocupaba el cargo de Visir, y se encontró en Sierra Morena con el rey Alfonso VI. Montó una lujosa tienda de campaña e invitó a ésta al rey castellano a comer. Intentó sonsacarle cuáles eran los gustos que tenía, y se enteró de que le gustaba el ajedrez. Y entonces le dijo que si apetecía podían echar una partida a dicho juego. Esto gustó al rey y quería apostar con el Visir algo de dinero o alguna otra cosa. Y Abenamar le dijo que él no tenía dinero, y que le apostaba algo más sencillo, si ganaba le tenía que dar dos granos de trigo por el primer cuadro del tablero, cuatro granos por el segundo, dieciséis por el tercero y así multiplicando por cada escaque.

El rey aceptó y Abenamar ganó la partida y el rey se dispuso a darle lo convenido pero cuando se dio cuenta de la cantidad de trigo que tenía que darle se dio cuenta de que no había suficiente trigo en todos los graneros de Castilla. Así que Abenamar al darse cuenta de que el rey estaba atado de pies y manos, le dijo que la deuda estaría saldada si retiraba todos sus ejércitos de las fronteras de Sevilla. No le gustó mucho la idea al rey pero como no tenía otra tuvo que aceptar y retiró todas las tropas de las tierras de Almutamid. Y así fue como Abenamar salvó a Sevilla de ser conquistada.

jueves, 10 de mayo de 2007

La Calle Sierpes

Antes de tener su nombre actual, esta calle se llamaba Espaderos, por la gran cantidad de establecimientos de este tipo que existían. Según la leyenda, hubo una época en la cual comenzaron a desaparecer gran cantidad de niños, y la ciudad estaba nerviosa por este hecho. En principio se le achacaban estas desapariciones a los Judíos y sus prácticas sacrílegas.

Un día, un esclavo, se presentó ante las autoridades de la ciudad, diciéndoles que sabía la causa de las desapariciones, pero que solamente lo diría si se le concedía la libertad, a lo que se accedió. El esclavo les condujo a una de las alcantarillas de dicha calle, cercana a la Cárcel Real, y se introdujo en ella, mostrándoles el cadáver de una inmensa serpiente, en cuyo alrededor había cuerpos y esqueletos de niños. De ahí que desde entonces la calle se llame Sierpes.

miércoles, 9 de mayo de 2007

La Piedra Llorosa

En la calle Alfonso XII, al final de la calle, se encuentra la llamada piedra llorosa. Esta piedra es donde se dice que se sentó el entonces Alcalde de Sevilla, García de Vinuesa, para presenciar los masivos fusilamientos del 2 de julio de 1857 con motivo de los levantamientos contra Isabel II. La mayoría de los fusilados eran menores de edad y miembros de familias de la aristocracia sevillana.

martes, 8 de mayo de 2007

El Lagarto de la Catedral

Dentro de la Catedral de Sevilla, en el Patio de los Naranjos, colgado de los techos de una nave, hay cuatro objetos sorprendentes: un cocodrilo, de tamaño natural, un bocado o freno de jirafa de gran tamaño, un bastón de mando y un colmillo de elefante. La explicación de estos objetos proviene del año 1260, el sultán de Egipto, se enteró de que el reino de Castilla tras la reconquista de Andalucía, había pasado a ser una gran potencia europea, deseoso de entablar relaciones políticas y económicas, envió una embajada al rey Alfonso X el Sabio, para pedirle la mano de su hija Berenguela. La embajada trajo regalos entre los que destacaban un colmillo de elefante, un cocodrilo del Nilo, vivo, y una altísima jirafa.

El rey echó al cocodrilo a una alberca del Alcázar, y a la jirafa, que se quedó en los jardines de éste. Pasado el tiempo y muertos los animales, disecó al cocodrilo y lo rellenó de paja y lo colgó en el Patio de los Naranjos junto con el freno de la jirafa, pues sólo quedó esto de ella, y el colmillo de elefante. Años más tarde, al regresar el embajador castellano de Egipto, se trajo la vara o insignia, ya inútil, y lo colgó con los otros tres elementos.

Unos dicen que el actual cocodrilo es el verdadero; en cambio otros afirman que el tiempo lo destruyó y se sustituyó por el que ahora se puede ver, que, debido a la suciedad, parece real. Hay también quien afirma que estos sñimbolos representan las virtudes teologales, pero en este caso no sabemos qué hacer con el cocodrilo y el colmillo.

Sea como fuere, el lagarto, a pesar de lo escondido que está, lo conocen todos los niños de Sevilla, ya que antes era la primera -y, para muchos la última- oportunidad de ver un cocodrilo tan grande.

lunes, 7 de mayo de 2007

La mujer emparedada

Por el 1868, vivía cerca de la Parroquia de San Lorenzo un obrero de la construcción, que era conocido por hacer todo tipo de trabajos sin importarle la hora, el momento o el lugar de la obra. Una noche, le ofreció un caballero un singular trabajo por el que le pagaría muy bien, pero con la condición de que tenía que ir al lugar con los ojos tapados. El hombre, se negó en principio, pero ante las amenazas del caballero, que le apuntó con una pistola, no tuvo más remedio que acceder.
Montaron en un coche de caballos y durante varuas horas estuvieron caminando, hasta que se detuvieron en una casa. Una vez dentro de la misma, le quitaron la venda y vio a una mujer atada en una silla e inconsciente. El trabajo consistía en levantar un tabique tapando la alacena donde se encontraba la mujer. En ese mismo instante, sonó una campanada de un reloj de la calle, no sabiendo si eran los cuartos o era la una. Finalizado el trabajo, le volvieron a tapar los ojos, y mientras lo llevaban al coche, pudo oír de nuevo otra campanada del reloj, con lo que supo que era la una y cuarto. Una vez le dejaron en su casa, el obrero corrió a la policía a contar los hechos, para localizar a la mujer antes de que falleciese. Tras relatar varias veces los hechos, la policía comprendió que la casa estaba en el barrio de San Lorenzo, puesto que era el único lugar donde sonaban los cuartos a esa hora, y que en verdad le habían tenido dando vueltas durante varias horas, para creer que estaba más lejos. Descubierto este dato, no tardaron en dar con la casa del asesino, pues no había muchas por la zona, que tuviesen sótano, y la mujer fue salvada. Gracias a la descripción que la mujer dio a la policía, el caballero fue detenido.

domingo, 6 de mayo de 2007

El Hombre de Piedra

Una tradición que se ha ido perdiendo en Sevilla, era arrodillarse cuando pasaba el Santísimo Sacramento, pero hace unos años, era algo obligatorio, llegando a dictarse una norma por el rey Juan II: " El rey i toda persona que topare el Santísimo Sacramento se apee, aunque sea en el lodo, so pena de 600 maravedíes, según loable costumbre de esta ciudad, o que pierdan la cabalgadura, y si fuere moro de catorce años arriba, que hinque las rodillas o que pierda todo lo que llevare vestido".

Esta norma puede leerse todavía bajo la Cruz de los Polaineros, en el exterior de la Iglesia del Salvador, lugar tan concurrido antiguamente que nadie podía decir que no la hubiese leído.

Cuenta la leyenda, que en una taberna de la calle Hombre de Piedra, se encontraba un conocido delincuente apodado Mateo el Rubio junto con unos amigos, cuando comenzaron a oírse las campanillas que precedían al Santísimo Sacramento. Cuando el sacerdote llegó a la altura de la taberna, todos se arrodillaron excepto Mateo, diciendo que eso era sólo cosa de mujeres, quedando entonces petrificado por la acción de un rayo, el cual le hundió en la tierra las rodillas que no quiso doblar y en donde todavía hoy puede vérsele.

Más fotografías aquí.

miércoles, 25 de abril de 2007

Doña María Coronel

Cuenta la leyenda que Doña María Coronel, tras la muerte de su esposo, Juan de la Cerda, se apartó de la vida mundana para llorar su desgracia. A pesar de su retiro, Pedro I el Cruel, puso sus miras en ella, intentando por todos los medios conquistarla, poniendo en juego para tal fin todas sus dotes de hombre y de rey. Ante tal acoso y asedio Doña María decidió retirarse al convento de Santa Clara, pensando que allí no sería objeto de las ansias amorosas del monarca. Pero el rey, ciego de su ardor por ella mandó a sus secuaces al convento, con la finalidad de convencerla de que atendiera los amores que le ofrecía el rey. Finalmente y al no poder de ninguna manera resistirse al asedio de Pedro I, se arrojó aceite hirviendo en el rostro, quedando horrorosamente desfigurada, lo que terminó con el acoso del rey. Años después fundó el convento de Santa Inés, en el que murió a la edad de 73 años. Actualmente su cuerpo se mantiene incorrupto o momificado en una sepultura del propio convento.

María Coronel , hija de don Alonso Fernández Coronel y viuda de don Juan de la Cerda, fundó este convento de religiosas franciscanas clarisas, tras obtener la pertinente licencia del arzobispo de Sevilla, don Fernando de Albornoz.

Su apartamiento de los asuntos mundanos era ya algo antiguo y había surgido tras el fallecimiento de su marido, encarcelado y muerto por orden del rey Pedro I de Castilla. Las innumerables penalidades sufridas, junto con la entereza de su carácter y las sólidas virtudes que demostró ante ellas, hicieron que su fama se propagase y que su historia fuese adornada y enriquecida por anécdotas y situaciones que procuraban enaltecer aún más sus cualidades. Años antes de fundar este convento la ilustre dama había buscado refugio en la ermita de San Blas, existente en las inmediaciones de la parroquia de Omnium Sanctorum.

Sin embargo no debió parecerle retiro suficiente, pues poco tiempo más tarde decidió ingresar y profesar en el monasterio de Santa Clara. En aquellos años, doña María Coronel carecía ya de las riquezas y posesiones familiares, incautadas por el monarca ante las continuas negativas a sus requerimientos amorosos. Pero ni siquiera los muros conventuales fueron un refugio seguro, pues los asedios del rey continuaban. Para acabar definitivamente con ellos, doña María decidió desfigurar su rostro arrojándose sobre el mismo aceite hirviendo. Ocurrió este hecho en la cocina de Santa Clara, en el que residía, pues al carecer de medios suficientes no había podido cumplir su deseo de fundar un nuevo convento.

El caso es que el rey sobrecogido del suceso y arrepentido, ordena la curación de la dama, le implora su perdón y además, en compensación, le dice a Doña María que le pida lo que quiera. Ésta le pide al rey que sobre su destruida casa se construyera un convento de la que ella sería la primera madre abandesa y de ahí surge el Real Convento de Santa Inés, donde Doña María Coronel está incorrupta y donde puede visitarse cada 2 de diciembre.

Fuente: Wikipedia.
Fotografía: Artesacro.

martes, 24 de abril de 2007

La calle Pimienta

Esta leyenda discurre en el barrio de Santa Cruz, en el lugar que ocupaba la antigua Judería, y en una calle paralela a la calle Susona.

Por ese entonces, existía un mercader que decidió poner una tienda de especias en dicha calle. Tras unos meses, el negocio iba mal pero él resistía...

Un día ya desesperado, el judío empezó a blasfemar y a decir todo tipo de improperios a Dios, al que culpaba de todos sus males y, sobre todo, de que el negocio fuese mal.

Por allí pasaba un cristiano que oyó como blasfemaba el judío. Éste se acercó a él y le reprochó:
"No debes de culpar a Dios de tus desdichas, ya que Él te ha dado mucho, y debes de estar siempre agradecido".

El judío, después de oír los reproches que le había hecho, se arrepintió y empezó a llorar. Poco a poco, de cada lágrima empezaron a brotar del suelo plantas de pimienta y de ahí se dice que la calle se llama Pimienta, la cual la podéis ver, como os he dicho, en el Barrio de Santa Cruz.

viernes, 20 de abril de 2007

La Cabeza del Rey don Pedro

En el Casco Histórico de Sevilla se encuentra una calle estrecha y sinuosa llamada Candilejo. En la esquina más ancha de esta calle, a la altura de los balcones del primer piso, se puede apreciar la estatua de medio cuerpo de un caballero medieval, coronado y con manto real sobre sus hombros. Lleva el pelo corto alrededor del cuello y cercenado en la frente, como debía ser la costumbre en esa época. Con su diestra empuña el cetro, que apoya en el hombro, y descansa la otra mano sobre su espada al cinto. Se trata de la figura del rey don Pedro I de Castilla que, aunque nacido en Burgos (30 Agosto 1334) fijó su residencia y pasó la mayor parte de su vida en nuestra ciudad. No muy lejos de la calle Candilejo, se halla la calle Cabeza del Rey don Pedro. Estas dos calles recuerdan al indiferente transeúnte un episodio, mitad leyenda mitad realidad, ocurrido en Sevilla y que tuvo al rey como protagonista.

Pedro I, llamado el Cruel por unos, el Justiciero por otros. Tenía el defecto que le sonaban las canillas al andar. Lo que sí se ha podido confirmar, gracias al estudio médico que el doctor González Moya realizó de sus restos, conservados en la cripta de la Capilla Real de la catedral hispalense, es que el rey sufrió una parálisis cerebral infantil que provocó un desarrollo físico incompleto en algunas partes del cuerpo. Esto puede explicar por qué se dice que las rótulas de sus rodillas crujían al caminar como si fueran nueces.

Algunos historiadores mantienen que fue precisamente por un lío de faldas por lo que Pedro I salió aquella noche a recorrer las calles de Sevilla. Otros defienden que fue a consecuencia de una conversación con
Domingo Cerón, el alcalde del rey, que afirmó que en la ciudad no se cometía un delito sin tener su castigo, y el rey quiso comprobarlo por sí mismo.

Lo cierto es que iba solo y embozado en su capa cuando se topó con uno de los Guzmanes, el hijo del conde de Niebla, que apoyaba las aspiraciones al trono del hermano bastardo del rey. La ira se desató y las espadas chocaron en el silencio de la noche. El ruido despertó a una anciana vecina que, movida por la curiosidad, se asomó a la ventana alumbrándose con su candil a tiempo de ver cómo uno de los contendientes, cuyo aspecto recordaba al mismo rey, atravesaba el pecho a su oponente. La anciana, alarmada, volvió a cerrar la ventana pero, con tan mala fortuna, que se le cayó el candil a la calle. Apoyada sobre la ventana, intentando imaginar lo que pasaría cuando encontrasen su candil junto al cadáver, pudo oir claramente un crujido, como de nueces al chocar, alejándose del lugar.

A la mañana siguiente, en la Sala de Justicia, los Guzmanes se presentaron para exigir que se buscase al culpable de la muerte de uno de los suyos. El rey prometió hacer lo posible por encontrarlo y concluyó: "Cuando se halle al culpable, haré poner su cabeza en el lugar de la muerte". Al cabo de unos días, se trajo a juicio a una anciana que había sido testigo del duelo. La anciana, a pesar de admitir que había visto lo sucedido, se negaba a contar lo que sabía. Ni las preguntas inquisitivas de Domingo Cerón, ni las amenazas de los aguaciles, le hacían decir palabra alguna. El rey, finalmente, se dirigió a ella: "Dinos a quién vistes en el duelo y no te ocurrira nada". La anciana, cogio un espejo y colocando frente al monarca exclamó: "Aquí tenéis la cabeza del asesino". El rey, cumplió su promesa ordenando llevar oculta en una caja de madera la cabeza del culpable que fue colocada tras una reja en la hornacina . Tras su muerte la caja se abrió y para sorpresa de todos apareció el busto del pendeciero monarca en el lugar del suceso, donde hoy día aún se puede contemplar.

jueves, 19 de abril de 2007

La calle Susona

Corría el año de 1481 en el que se fraguó un complot judío para hacerse con el poder en la ciudad e intentar, con el apoyo musulmán, ir contra los cristianos de Sevilla. La conspiración estaba formada por Diego Susón, banquero y cabecilla de la misma; Pedro Fernández de Venedara, mayordomo de la catedral; Juan Fernández de Alboslaya, letrado y alcalde de Justicia, Adolfo de Triana y muchos otros. El primero de ellos tenía una hija llamada Susona y además de estar de muy buen ver, mantenía relaciones secretas con un caballero cristiano del que estaba enamorada. Cuando ella se enteró de que su padre, junto con los otros conjurados, incluía en sus planes matar al hombre a quien amaba, no se le ocurrió otra cosa que delatar a los suyos. El resultado no se dejó esperar: la conspiración fue deshecha y sus cabecillas, como era lógico fueron encarcelados primero y les cortaron la cabeza luego sin solución de continuidad.

Tras este gesto por amor, Susana Ben Susón fue lógicamente repudiada por sus gentes, no le quedó más remedio que convertirse al cristianismo pero, como Roma no paga a traidores, encima no consiguió casarse con el caballero amado.

Así las cosas, el obispo de Tiberiades, Reinaldo Romero, la convenció para que dedicara su vida al Señor en un convento de clausura de la ciudad. La visitaba a menudo y terminó enamorándose de ella, hasta el punto de que ésta dejó el convento y se fue a vivir con el obispo, del que tuvo dos hijos. A partir de un momento, las cosas le vuelven a ir mal y empieza un largo camino hacia la pobreza, sabiéndose que termina sus andanzas como querida de un especiero...

Según se cuenta, tras su muerte dejó en testamento que colocaran su calavera a modo de castigo ejemplar y, por voluntad propia, en la casa donde vivió. Afortunadamente no dejó que hicieran una procesión con su cadáver . Hoy en día, el nº 8 de la calle donde estaba su casa, antigua calle de la Muerte, lleva desde 1845 su nombre, y en ella se encuentra este azulejo como recuerdo de una historia de amor, odio, muerte y violencia:

Santas Justa y Rufina

Justa y Rufina fueron hermanas carnales, nacidas en Sevilla, Justa en 268 y Rufina en 270, de familia muy modesta con firmes convicciones cristianas. En la época que vivieron dominaban los romanos gran parte del mundo por ellos conocido. En estos tiempos paganos, las hermanas dedicaban su tiempo a ayudar al prójimo, al conocimiento del Evangelio y a vender cerámica. Era costumbre celebrar una vez a al año una fiesta pagana en honor a Venus y en la que se rememoraba el fallecimiento del admirado Adonis. Según la tradición cristiana, se recorrían las calles de la ciudad con la figura cargada en hombros molestando gravemente al público y exigiendo inmensas limosnas para la fiesta. En cierta ocasión, los paganos llegaron a casa de Justa y Rufina exigiendo el dinero correspondiente, pero las hermanas se negaron a pagarlo por ser el fin de éste contrario a su fe, y no sólo esto sino que decidieron hacer añicos la figura de la diosa entre ambas, provocando de esta manera el enfado general de las devotas que se lanzaron hacia ellas.

El prefecto de Sevilla,
Diogeniano, mandó encarcelarlas, animándolas a abandonar sus creencias cristianas si no querían ser víctimas del martirio, las santas se negaron a pesar de las amenazas. Sufrieron el tormento del "potro" para a continuación ser torturadas con "garfios de hierro", Diogeniano esperaba que el trato que se le daba sería suficiente para que renunciaran a su fe, ellas aguantaron todo. Viendo que no surtió efecto el castigo las encerró en una tenebrosa cárcel donde sufrirían las penalidades de la hambre y la sed.

Estoicamente sobrevivieron a su condena, por lo que fueron castigadas de nuevo, esta vez debían caminar descalzas hasta llegar a Sierra Morena, tuvieron la suficiente fuerza para conseguir el objetivo. Viendo que nada las vencía mandó encarcelarlas hasta morir, la primera en fallecer fue Santa Justa, su cuerpo lo tiraron a un pozo recuperado poco tiempo después por el obispo Sabino.

Una vez que hubo acabado con la vida de Justa, Diogeniano creyó que Rufina sucumbiría a sus deseos con más facilidad, pero no lo consiguió, ya decidió acabar con su vida de la forma más lúgubre en aquellos tiempos, la llevó al anfiteatro y la dejó a expensas de un león para que la destrozase, la bestia se acercó lo más que hizo fue mover la cola y lamer sus vestiduras como haría un animal de compañía. El Prefecto no aguantó más, la mandó degollar y quemar su cuerpo. Nuevamente tras este hecho el obispo Sabino recogió los restos y lo enterró junto a su hermana en el año 287.

Por tan cristiana acción, fueron canonizadas. Se les nombró Patronas de Sevilla, y de los gremios de alfareros y cacharreros. También son veneradas como patronas de otras localidades, por ejemplo, Payo de Ojeda en Palencia.

Las santas Justa y Rufina son especialmente veneradas en Sevilla. La tradición las señala como protectoras de la Giralda y la Catedral, ya que no permitieron que cayeran tras el terremoto de Lisboa de 1755. De esta manera, suelen estar representadas junto a dicho monumento. En la propia Catedral, precisamente el altar más cercano a la Giralda está dedicado a las Santas y en él figuran sus esculturas flanqueando a la Giralda. Estas esculturas proceden de la iglesia del Salvador de Sevilla y fueron realizadas por
Pedro Duque Cornejo en 1728.

Su festividad se celebra el 19 de julio.

Fuente: Wikipedia.