Pasado algún tiempo, terminada la guerra, se empezó a edificar aquella zona formándose una calle y los primeros vecinos observan que a horas desusadas salía un hombre que recorría la calle y volvía a entrar en la misma casa de que saliera.
Pronto empezaron los vecinos a manifestar sy temor, deduciendo que por las noches salía el espíritu o fantasma de aquel oficial francés que fue muerto en el último combate. Y como la gente era entonces piadosa y creyente, acudieron al vecino convento de San Jacinto para pedir a los frailes que hicieran lo posible para que aquel ánima en pena abandonase el lugar y dejase tranquilos a los moradores de la calle. Pero de nada sirvieron los exorcismos, procesiones y rosarios de la aurora, porque de vez en cuando, inesperadamente, algún vecino que volvía tarde a su casa, de madrugada, se encontraba con el aparecido. Por este motivo aquella calle nueva recibió el nombre de Calle del Duende.
Pasados unos años y, tras los sucesos de 1824, hubo una amnistía y sorprendentemente apareció el duende, que no era otro que el oficial francés, que no había muerto y que, recogido por una caritativa joven, había vivido oculto en la casa, donde, a falta de otro entretenimiento, tuvo varios hijos con su protectora. Se casaron y ya el francés hizo vida normal, pudiendo salir de día en vez de hacerlo de madrugada.
La calle se siguió llamando hasta 1890 calle del Duende, llamándose ahora Ruiseñor. Es la primera que encontraréis a mano izquierda, pasada Pagés del Corro y antes de llegar a la de Justino Matute.
Fuente: de MENA, José María. Tradiciones y Leyendas Sevillanas. Plaza & Janes Editores, S. A, 1989.