Con el precedente del dominico fray Álvaro de Córdoba en 1421, fueron los franciscanos quienes popularizaron el uso devoto del Vía Crucis, aunque en la ciudad sea importante la intervención del primer marqués de Tarifa, Fadrique Henríquez de Ribera que en 1521, todavía conmovido por su reciente viaje a Tierra Santa, obtuvo de la Santa Sede diversos privilegios, indulgencias y otras concesiones espirituales con las que promovió el ejercicio de un vía crucis en torno a su lugar de residencia, denominado posteriormente "Casa de Pilato" al iniciarse allí los "pasos" o estaciones que rememoraban el camino de Cristo al Calvario. Estas estaciones se verificaban en un primer momento a iglesias de la feligresía.
Existía ya extramuros de la ciudad, junto al tramo en que se elevaba el acueducto o Caños de Carmona, cercano a la puerta del mismo nombre, un pequeño humilladero, muy modesto, con una cruz de madera que algunos autores relacionan con la hermandad de los negros titulada de Nuestra Señora de los Ángeles, que poseía hospital y cofradía propia desde el siglo XIV fundada por el arzobispo Gonzalo de Mena. Después de diversas vicisitudes, este humilladero fue reconstruido por el asistente Diego de Merlo en 1482, labrando nueva cruz en piedra, la que cubrió con hermoso templete mudéjar. Sin duda no por azar este mismo año se recibe con gran solemnidad una reliquia del "lignum crucis", siendo además prelado de la archidiócesis Pedro González de Mendoza, cardenal del título de la Santa Cruz en Jerusalén.
En el siglo XV se conocía a este emplazamiento como el de la Cruz del Campo y era un centro importante de la religiosidad popular pasionista sobre todo en cuaresma, siendo además punto de confluencia de misioneros mendicantes (franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, mercedarios y trinitarios) alentando a la conversión y a las prácticas penitenciales que se desarrollaban, bien de forma organizada por los propios frailes , bien de modo espontáneo. Aparecen igualmente las primeras congregaciones o cofradías fundadas en sus conventos. Fueron muchos los sevillanos que se reunían espontáneamente todos los viernes de cuaresma a realizar unas indudables y auténticas estaciones de penitencia, que se formalizarán ya en los siglos XVI y XVII por medio de diversas cofradías de la feligresía.
Hasta hace poco se sostenía que el vía crucis del Marqués de Tarifa tenía como término la Cruz del Campo, lo que se ha documentado como erróneo al menos hasta el siglo XVII donde efectivamente se constata que se reactiva y amplía hasta este humilladero. Este dato hace revisar el papel de privilegio concedido a este Vía Crucis como factor inmediato en la génesis de la Semana Santa al unir dos manifestaciones de piedad tan importantes en un momento clave.
No obstante, tanto la Cruz del Campo como el vía crucis de la Casa de Pilato constituyen dos elementos decisivos en la formación de la religiosidad popular en torno a la Pasión, y los sevillanos son conscientes de una espiritualidad única que relaciona ambas manifestaciones junto a las representaciones litúrgicas, el movimiento de los flagelantes, la devoción a la Vera Cruz y otras similares y derivadas como las Cinco Llagas y la de la Sangre de Cristo, además de los propios frutos de las predicaciones cuaresmales.
No era la Cruz del Campo el único humilladero ni el centro exclusivo de estas prácticas penitenciales: la cruz de San Sebastián, de los Rodeos, de la Resolana eran otros tantos que congregaban a clérigos y fieles, así como algunas ermitas como las de San Lázaro o la de la Virgen de los Ángeles extramuros de la Puerta de Carmona.
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