Cuenta la leyenda, que una vez muerta Doña Beatriz de Suabia, esposa de Fernando III el Santo, este fue aconsejado por sus ministros de contraer nuevo matrimonio con Juana de Pointhinev, perteneciente a la Familia Real francesa, para así entablar relaciones con esta nación. La diferencia de edad entre ambos era muy elevada, pues él rondaba los cincuenta años, mientras que ella sólo tenía diecisiete. Según el rumor popular, la elevada edad del monarca, le impidió satisfacer sexualmente a su esposa.
A esto debemos unir el comienzo de las campañas de conquista de Córdoba y Sevilla, que mantuvieron al Rey bastante tiempo separado de su esposa y sin poder degustar las mieles del matrimonio. Acabadas las campañas, el Rey trajo a Sevilla a su esposa y se aposentaron en en Alcázar, donde fallecería el monarca en 1.252, permitiéndosele a su difunta continuar viviendo allí con sus séquitos e hijos. Un día, paseando su tristeza por los jardines del Alcázar, como solía hacer, conoce a Don Fadrique, hijo de su difunto marido y Doña Beatriz de Suabia, y hermano de Alfonso X, actual Rey tras la muerte de su padre. Don Fadrique con el pretexto de la caza con halcones, actividad que solía realizar la viuda, comenzó a verla asiduamente hasta que ambos se enamoran perdidamente el uno del otro.
Don Fadrique con la excusa de protección para la ciudad, manda construir una torre en el interior de la ciudad, acto que desencadenaría los comentarios populares pues difícil de comprender era la funcionalidad de esa torre, y más aún las continuas visitas de Don Fadrique y Doña Juana de Pointhinev a la misma. Alfonso X, enterado de lo que sucedía entre la pareja, se niega a tomar medidas contra ellos, con lo que la nobleza y las autoridades deciden actuar por sí mismos, despreciando a la viuda en el banquete en honor a su cumpleaños, al que no asistió nadie. Ante la presión a la que se enfrentaba Doña Juana, decide regresar a Francia, a pesar de los vanos intentos de su enamorado por impedirlo.
Según la leyenda, mientras ella surcaba las aguas del Guadalquivir, en su marcha, dirigió una mirada a la torre que durante varios años había sido nido de sus amores, y con un pañuelo, llorando desconsoladamente, hizo una señal de despedida, a la que respondió Don Fadrique desde sus almenas, con los ojos llenos de lágrimas. Este parece ser el motivo por el cual el Rey Alfonso X, obligado por el clero y la nobleza, autorizara un proceso contra Don Fadrique, el cual fue ejecutado en Toledo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario