lunes, 4 de junio de 2007

De Antequera a Loja


Las campañas para las tomas de Ronda, Vélez o Málaga se realizan desde la base de Antequera, pero no todo era que Antequera se hubiese convertido en los años de mil cuatrocientos y ochenta y tantos en despensa, punto de partida y retorno para el descanso de de las campañas cristianas: también jugaron un papel caballos y jinetes antequeranos. Pero el sol de Antequera obliga a mirar hacia el camino que lleva a Granada con una Archidona blanca –como lo era Osuna y la Andalucía de la cal– dibujada sobre la falda de su sierra. Aquí orígenes fenicios, iberos, romanos –como en tantas tierras andaluzas– y cuajando los viejos topónimos de nombres árabes. Hegemonía al principio de la Villa Alta y el duque de Osuna, como benefactor de la ciudad, conoció ese frío tan distinto a las calores de Écija, de Osuna, de Sevilla; acaso por eso Archidona se salvó en el pasado de epidemias que padecieron Málaga, Antequera o Loja. En el siglo XII se construyó su plaza Ochavada con los ocho lados irregulares de fachadas blancas y balcones, balcones y rejas por toda Andalucía que tienen su patrón y modelo en Osuna, en Ronda, en Arcos y en muchas otras villas de la Andalucía de la cal que llevaron sus grabados los románticos como si se tratase de versiones en hierro de las yeserías de la Alhambra: balcones para pelar la pava o para que se cuele en el patio de la casa el bordón de la guitarra o el piropo musitado o gritado del amante.

[Patio de los Arrayanes de la Alhambra] En Loja murió en batalla, diez años antes de la toma de Granada, el doncel de Sigüenza. La conquista de Loja por los ejércitos cristianos fue seña de que la fruta de la ciudad de la Alhambra maduraba y estaba a punto de caer. Dentro de la ciudad, los moros tenían 3.000 jinetes a caballo. En Loja chocaron el rey don Fernando y Boabdil, que salió de Granada y cayó en la ratonera de quedar encerrado dentro de la ciudad en la que, temerosos de la artillería cristiana, capituló, entregó Loja pero salió con sus fuerzas, escoltado por don Fernando otra vez hacia la Alhambra: curiosa guerra aquella de pactos y capitulaciones, dame y toma, amenazas y dádivas; una guerra con todos los altibajos de las situaciones amorosas. Y todos estos vaivenes los reflejan los romances fronterizos. Irving estaba capacitado para comprender toda esta urdimbre de historia y leyenda, cuento y lírica. Camino hacia Granada escuchó Irving, la noche que hizo escala en la ciudad, las primeras leyendas acerca de los moros entremezcladas con otras de contrabandistas y bandidos. Cuando al día siguiente entraron en la ciudad de Granada, le interesarían más esas historias que las eruditas explicaciones de cómo se construyó la Alhambra. Y aunque parezca mentira, estimó que estaba en mejores condiciones de recibir esas informaciones viviendo en unas habitaciones de la propia Alhambra que en la ciudad de abajo y allí le instaló el gobernador en habitaciones que le dispuso la tía Antonia cuya sobrina le serviría de criada. Las ventanas de esas habitaciones daban a la plaza de los Aljibes; buen mirador para acercarse a la Granada andalusí. Y buena fecha la de 1829: aquella Alhambra ya iba recubriéndose con toda la pátina del romanticismo, que un año más tarde triunfaría en las barricadas de París: Victor Hugo estrenaba el Hernani y Martínez de la Rosa nos ofrecía su Aben Humeya.

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