viernes, 29 de junio de 2007

De Espejo a Castro del Río


En Castro del Río tendrá mejor suerte porque la fortaleza es de propiedad entreverada particular y municipal y el campesino que la trabaja le permite una desconfiada visita. No, no ha habido error en el texto: pone el campesino que la trabaja. Porque el patio de armas de la fortaleza fue cine de verano del pueblo antes de que su terroso suelo deviniera en el bien guardado huerto que es hoy. En una de las torres andan las gallinas, nobles damas ponedoras, protegidas por más de un metro de grosor de tapial y califato. Y en otro de los torreones el viajero verá pintadas consignas y esquemas eléctricos de cuando el fuerte fue centro de transmisiones de la zona en la última guerra civil que asoló el terreno.

Y al pasar junto al Ayuntamiento el viajero se ha enterado de una noticia que no ha podido por menos que indignarlo: –Pero, pero... ¿Cómo es posible que un genio como Cervantes esté prisionero, aunque sea por poco tiempo, en el calabozo municipal de este pueblo? –Señor –le contestará de buena gana cualquiera de los corchetes– tenemos derecho a ignorar cuán grande va a ser este hombre con sus letras. Además, no olvide su merced dos detalles: uno, que por muy comisario real que sea, este hombre ha pretendido recaudar impuestos sobre bienes de la Iglesia. Y dos, que estamos en el año del Señor de 1592, y eso de la división de poderes, hábeas corpus y lo de la presunción de inocencia son zarandajas que aún están por inventar, así que siga su merced norabuena su camino y déjenos aquí con lo que ya no tiene reparación ni vuelta atrás.

Y el viajero habrá de marcharse sin saber cuánto tiempo le queda a don Miguel de privación de libertad.

No hay comentarios: