viernes, 15 de junio de 2007

De Porcuna a Torredonjimeno


Todo es campo de olivos, hileras de olivar que cubre las campiñas de la guerra y borran, con su calles arboladas, centenares de necrópolis de todas las épocas. Tierras que son urnas cinerarias de hechos históricos labrantíos que son tachaduras repetidas de la permanente enemiga humana. Seguimos hacia Torredonjimeno, pero, a la izquierda, agazapados en el yeso y la sal, se encuentra Escañuela, sede de los valerosos, y Villardompardo, atalaya del campo raso. Por allí corre uno de los mil arroyos salados cuya meta es el Guadalquivir, orillas en las que se cultivaba la matalahúva, las panorámicas anisadas, regajos donde pastaban reses bravas y coto de un lince con la pata rota. A Torredonjimeno se entra por calles de bajo copete irradiadas por el tufo viperino del alpechín y amablemente acariciadas por el aroma de las tortas y los frutos de sartén. En el meollo de la ciudad se sale para Martos, su hermana y vecina, mellizas en la antigüedad y condueñas del mismo nombre: Colonia Augusta Gemina y, para mayor identificación Tuccitana. Un fraile de la Orden de Menores de Granada, que firmaba con veinticuatro iniciales pero sólo se llamaba Alejandro del Barco, trató de demostrar que la Torre de Don Ximeno o Jamilena (pueblo cercano, aunque daba igual) junto con Martos (Tucci) constituyeron la mencionada Colonia Gemela Tuccitana y para ello invirtió 258 páginas de ripios eruditos en 1788. Torredonjimeno conserva casi intacto el castillo, eso sí, camuflado por dentro y por fuera con edificios recientes, y, además posee espléndidos monumentos del XVI, un poner, las iglesias de San Pedro y Santa María y las ermitas de la Consolación y de los santos Cosme y Damián, y una magnífica Casa Consitorial (s. XVII).

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