sábado, 9 de junio de 2007

Rodrigo Caro


Rodrigo Caro (Utrera, Sevilla, 1573 - † Sevilla, 10 de agosto 1647), poeta, historiador, arqueólogo y abogado español.

Estudió cánones en Osuna, donde se matriculó en 1590, y quizá en Sevilla, y se graduó en 1596. A la muerte de su padre en 1594, fue recogido por su tío Juan Díaz Caro, que vivía en Sevilla. Fue abogado eclesiástico entre 1596 y 1620, y no le faltó trabajo, pues atendió en ese periodo siete pleitos al año. Mantuvo a su madre y a ocho hermanos y todavía no recibía la protección de quien habría de ser su mecenas, el Duque de Alcalá. Fue ordenado sacerdote a lo más tardar en 1598 y recibió un beneficio eclesiástico en Santa María de Utrera. Consiguió ser nombrado abogado del Concejo de la ciudad de Utrera y en 1619 empezó a trabajar como censor de libros. Fue visitador general del arzobispado sevillano y en junio de 1627 se trasladó a Sevilla; otras diversas comisiones del arzobispado le acarrearon diversas amarguras y un pequeño destierro a Portugal; fue, además, juez de testamentos. Una enfermedad de estómago se le fue agravando. En 1645 renunció a su capellanía por no poderla atender y murió dos años después a los 74 años de edad, el 10 de agosto de 1647.

Mantuvo relación con numerosos autores: Francisco de Rioja, quien le dio largas constantemente en su petición de una capellanía real y del cargo de cronista de Indias; Francisco de Quevedo, a quien conoció en un viaje que este hizo a Sevilla con el rey en 1624; Pacheco etc... Fue, sobre todo, arqueólogo, anticuario e historiador: tenía una gran biblioteca de clásicos y hasta un pequeño museo y escribió tanto en latín como en castellano.

Sus principales obras en prosa incluyen: Claros varones en letras, naturales de la ciudad de Sevilla, colección de biografías de ilustres personajes sevillanos, entre ellos Juan de Mal Lara, Fernando de Herrera o Pero Mexía; Tratado de la antigüedad del apellido Caro; Veterum Hispania Doerum Canes sive Reliquia; Relación de las inscripciones y antigüedad de la Villa de Utrera; El santuario de Nuestra Señora de la Consolación (Osuna, 1622); Antigüedades y principado de la Ilustrísima ciudad de Sevilla y corografía de su convento jurídico o antigua Chancillería (Sevilla, 1634), etc. Un especial interés guardan sus Días geniales o lúdricos por la enorme cantidad de materiales folklóricos que contiene, ya que es un tratado sobre los juegos infantiles y adultos en general que incluye también festejos, supersticiones, creencias, fiestas de toros, costumbres y celebraciones populares, todo servido con una profunda erudición. La obra circuló solamente en versión manuscrita y está escrita en una prosa digna de los mejores autores de nuestros Siglos de Oro; estaba definitivamente acabada en 1626. La Sociedad de Bibliófilos Andaluces la publicó de forma deficiente (Sevilla, 1884); Jean Pierre Etienvre publicó una edición más rigurosa (Madrid, 1978) en dos volúmenes.

En el campo de la poesía escribió obras sobre la historia y riquezas de las Villas de Carmona, Utrera y la ciudad de Sevilla, sonetos y poemas laudatorios a San Ignacio de Loyola; utilizó motivos propios de la canción de amor erótica para manifestar su entrega a Cristo, y escribió romances burlescos sobre la aventura que le aconteció en 1627 en la torre de la Membrilla en Guadaira. También escribió poemas mitológicos divertidos como Cupido pendulus, epístolas en verso, poemas a Vírgenes de Utrera, etc. Pero, sin duda alguna, su poema más famoso e importantes fue la Canción a las ruinas de Itálica, que ha pasado a todas las antologías. De complicada historia textual (fue retocada por su autor varias veces), posee un gran sabor clásico. Como todos los poetas de barrocos la escuela sevillana, el tema de las ruinas arqueológicas le fascinaba. Podríamos decir que, en este poema, Caro encontró la forma perfecta de expresar sus pensamientos sobre el impacto que le produjeron las ruinas de este emblemático lugar del pasado. El poema está lleno de motivos ilustres y hallazgos expresivos que justifican su fama: la presencia del interlocutor Fabio, que da altura moral al texto; el tópico del ubi sunt con sus interrogaciones retóricas; el eco del nombre Itálica, hábil recuerdo de Virgilio y Garcilaso; la gravedad del tono y la cuidada estructura de muchos versos hacen de esta poesía una de las mejores de su época. Marcelino Menéndez y Pelayo editó sus Obras en Bibliófilos andaluces, XIV y XV, 1883 y 18884.

Fuente: Wikipedia.

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