jueves, 5 de julio de 2007

Castillo de Locubín y Alcalá la Real


Llegará luego a Castillo de Locubín para comprobar que de la fortaleza sólo queda el nombre y algunos tramos de muro a los que ya hace mucho licenciaron de todo servicio militar.

Más hacia el sur, la frontera tuvo allí un nombre señalado: Alcalá la Real. Mirará hacia el pueblo y, si hace viento norte, verá tras él –perfectamente dibujada– la barrera de montañas azules con sus casi permanentes cumbres blancas. Cualquier otra dirección del viento irá matizándole de gris la visión del conjunto hasta que pueda quedar en una masa cromática difuminada donde montes y cielo sean uno. Muchas ciudades se llaman llave de algún paso o frontera. Alcalá desde luego lo es, y más que lo fue por aquel lado tan cercano a la ciudad de Granada. Cambió de manos varias veces hasta que en 1341 quedó definitivamente en poder cristiano.

El viajero ascenderá a la impresionante fortaleza de La Mota y, gracias a la arqueología, una vez traspasadas las puertas gozará de una visión casi completa de lo que fue el pueblo medieval que se encerraba dentro de los límites del castillo. Admirará también la reconstruida abadía que hasta hace poco más de un siglo era tan rica como todo el resto del pueblo, y al descender luego y deambular sin prisa por el moderno centro urbano descubrirá –en la puerta interior de uno de los conventos– un emblema que en su momento resultó estremecedor: el del llamado Santo Oficio. El escudo inquisitorial reposa desactivado en uno de los cuarterones del portón: la cruz con la espada a un lado y la rama de palma al otro, aunque sin el salmo preceptivo que solía orlar el conjunto. El viajero, que posee una elemental cultura hispana, habrá de saber qué orden religiosa, en su rama masculina, fue cantera de inquisidores y, si quiere contemplarlo, habrá de molestarse en buscar el referido y excepcional signo del que hablamos.

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