miércoles, 4 de julio de 2007

De Priego a Alcaudete


Avisamos a nuestro viajero que beberá agua de todas las fuentes junto a las que pase. Conocer la tierra es también conocer el agua. Y no le sea incompatible –cada uno por su lado– con otros líquidos más espirituales.

Visitará el pueblo, quizá consiga entrar en el castillo y subirá después hacia Alcaudete. Allí, su menuda fortaleza no sabrá decirle cuán codiciada fue por las diversas dinastías que formaban el conglomerado musulmán español, ni cuántas veces sufrió cercos y cambió de manos hasta llegar a las de los caballeros de Calatrava, quienes ya no la soltaron hasta que, desaparecido el reino de Granada, las órdenes militares carecieron de sentido y la corona se vió en el deber de cargar con el peso de todas las rentas, casas, castillos y tierras de tan obsoletas instituciones.

En Alcaudete también cargará el viajero con su obligación de turno. Y es que no le estará permitida la salida del pueblo sin haber probado las habas que se cultivan y enlatan allí. Olvide todo lo que pensaba de tan noble legumbre, si es que creía que podían no gustarle, y pruebe las de aquel lugar, fritas en aceite de oliva y con unos taquillos de jamón –muy poco pasados– entreverados con ellas.

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