lunes, 14 de febrero de 2011

Historia del fish (sin chips) cofrade I

Mi nombre es Tony Married y soy un lugareño de un pequeño pueblo de Inglaterra llamado Castle Combe. Un pueblo que, según dicen, es el más bonito de Inglaterra. Sus bellas casas y su iglesia medieval ofrecen un conjunto armónico, equilibrado y bello. Las tres principales calles del pueblo convergen en Market Cross (la cruz del mercado) construida en el siglo XIV. Tuvo que ser en el año 1989 ó en el 92 ó en el 95 (la verdad es que el año no importa mucho), cuando un vecino de Castle Combe se fue a conocer las hermandades de la ciudad de Sevilla. Sevilla es una ciudad del sur de España y las hermandades son las asociaciones que organizan la fiesta religiosa más popular de esa ciudad y que se celebra con motivo de la Semana Santa. Estas hermandades viven todo el año para ello. Un día, pasado mucho tiempo, volvió al pueblo nuestro vecino de Castle Combe y en The White Hart, el pub que ha vendido cerveza sin interrupción en el mismo local en los últimos cinco siglos, no paraba de hablar de sus peripecias en las hermandades y de contar las historias de los que él llamaba “capillitas”, grupo con quien había convivido en todos estos años de ausencia del pueblo. Hermandades hasta 60 y hasta otras que no eran ni de Semana Santa y salían durante todo el año (ellos las denominaban de gloria o sacramentales). Ese era su ambiente. Pero lo que más extrañaba en el pueblo era que nuestro inglés también se denominaba capillita. Por lo visto, el término popular del que vive todo el año el ambiente de las hermandades. Un día no se le volvió a ver por el pueblo y desde entonces se le conoce como el inglés que fue a Sevilla y volvió capillita. Siempre llevaba encima un libro muy famoso entre ellos que se llamaba “Tontos de Capirote” de un tal Francisco Robles, el cual era como un diccionario de los distintos capillitas que existían. La verdad es que ninguno entendíamos nada de ese libro, pero él nos decía “mira éste, éste también lo conocí…”. Lo que os voy a narrar ahora son esas historias que nos contaba tomando cervezas por las tardes, algo que, según él, nos hacía coincidir con los capillitas sevillanos.

El capillita que llevó a Sevilla a nuestro paisano inglés se llamaba algo así como Julio con muchos apellidos, tan largos que ni el inglés era capaz de decirlos. Yo creo que sería como un Lord de aquí de las Islas. Julio es el mayor de dos hermanos. Nunca había trabajado porque era de familia bien adinerada (sigo diciendo que sería como Lord). Vivía en una casa grande, en el centro de la ciudad, llena de cuadros y muebles de buena madera. Decía que era de rancio abolengo. Como nunca había trabajado porque vivía de la renta de la familia, siempre le tocaba pagar al inglés por donde iban. Soltero, sin novia y sin compromiso, de música sólo hablaba de una cantante española que se hacía llamar “la más grande” o algo así que la verdad no recuerdo. Era hermano de muchas cofradías y en las cuales todos los días estaba metido. De una era prioste, de otra mayordomo, de otra diputado de culto y de otra fiscal, y de muchas algo así como vestidor. Yo creo que ya sé por qué no trabajaba ni pagaba cuando salía. Igual se lo gastaba todo en cuidarse, ya que iba dos o tres veces en semana a unos baños árabes a relajarse.

Una de la historia que nos contó el inglés la denominó historia del cartucho de pescao, algo así como el fish and chips pero versión española sin chips. Había tres tipos de pescaos o más bien pescaíto frito que es el nombre que utilizan ellos. Uno era el pescao de categoría (en este no faltaba ningún frito; pescada, huevas, adobo (los sevillanos flipan con el adobo), boquerones, chocos, gambas, acedías, pijotas, un poquito de jamón ibérico, queso finamente cortado… mucha cerveza helada de barril, tinto de rioja, manzanilla, fino…). Otro era el pescaíto cortito, mucho pedacito frito en harina de la parte de la cola del pescao con muchas espinas y croquetas precocinadas a discreción (en éste sí había muchas chips o más bien, como dicen ellos, muchas papas fritas y de beber botellines, dos o tres por persona y el resto caliente para que no beban más y se vayan pronto al bar de la esquina, tinto de pitarra o valdepeñas y muchas aceitunas). Por último, el que mi vecino inglés llamaba “el chopped and chips”; en idioma capillita, mucho chopped, muchas papas fritas y muchos botellines fresquitos. El vestuario de los asistentes al acto era el siguiente: los hombres con chaqueta y corbata. Quien no llevara pisacorbata y pin de la hermandad en la solapa de la chaqueta era duramente criticado entre los asistentes y rápidamente obligado a comprarlo sin tener que salir a ninguna tienda, ya que allí mismo había una vitrina donde vendían artículos de ese tipo. Yo creo que visten como nosotros cuando vamos los domingos a la iglesia, tipo inglés pero sin bombín y sin bastón. Las mujeres, por su parte, vestían todas con pieles sintéticas, peinadas como si llevaran un gran repollo en la cabeza, collares y bisutería barata. Pero lo peor de todo era, sin duda, el olor que tanto los caballeros como las señoras desprendían corporalmente. Era algo muy desagradable, un olor tan profundo, parecido a la nectarina o a las bolitas de alcanfor, difícil de explicar.

Continuará...

2 comentarios:

Paco dijo...

Que arte..... Duende.
Un saludo

Duende del Sur dijo...

Me alegro que te haya gustado, Paco.

¡Un saludo!