El capillita que llevó a Sevilla a nuestro paisano inglés se llamaba algo así como Julio con muchos apellidos, tan largos que ni el inglés era capaz de decirlos. Yo creo que sería como un Lord de aquí de las Islas. Julio es el mayor de dos hermanos. Nunca había trabajado porque era de familia bien adinerada (sigo diciendo que sería como Lord). Vivía en una casa grande, en el centro de la ciudad, llena de cuadros y muebles de buena madera. Decía que era de rancio abolengo. Como nunca había trabajado porque vivía de la renta de la familia, siempre le tocaba pagar al inglés por donde iban. Soltero, sin novia y sin compromiso, de música sólo hablaba de una cantante española que se hacía llamar “la más grande” o algo así que la verdad no recuerdo. Era hermano de muchas cofradías y en las cuales todos los días estaba metido. De una era prioste, de otra mayordomo, de otra diputado de culto y de otra fiscal, y de muchas algo así como vestidor. Yo creo que ya sé por qué no trabajaba ni pagaba cuando salía. Igual se lo gastaba todo en cuidarse, ya que iba dos o tres veces en semana a unos baños árabes a relajarse.
Una de la historia que nos contó el inglés la denominó historia del cartucho de pescao, algo así como el fish and chips pero versión española sin chips. Había tres tipos de pescaos o más bien pescaíto frito que es el nombre que utilizan ellos. Uno era el pescao de categoría (en este no faltaba ningún frito; pescada, huevas, adobo (los sevillanos flipan con el adobo), boquerones, chocos, gambas, acedías, pijotas, un poquito de jamón ibérico, queso finamente cortado… mucha cerveza helada de barril, tinto de rioja, manzanilla, fino…). Otro era el pescaíto cortito, mucho pedacito frito en harina de la parte de la cola del pescao con muchas espinas y croquetas precocinadas a discreción (en éste sí había muchas chips o más bien, como dicen ellos, muchas papas fritas y de beber botellines, dos o tres por persona y el resto caliente para que no beban más y se vayan pronto al bar de la esquina, tinto de pitarra o valdepeñas y muchas aceitunas). Por último, el que mi vecino inglés llamaba “el chopped and chips”; en idioma capillita, mucho chopped, muchas papas fritas y muchos botellines fresquitos. El vestuario de los asistentes al acto era el siguiente: los hombres con chaqueta y corbata. Quien no llevara pisacorbata y pin de la hermandad en la solapa de la chaqueta era duramente criticado entre los asistentes y rápidamente obligado a comprarlo sin tener que salir a ninguna tienda, ya que allí mismo había una vitrina donde vendían artículos de ese tipo. Yo creo que visten como nosotros cuando vamos los domingos a la iglesia, tipo inglés pero sin bombín y sin bastón. Las mujeres, por su parte, vestían todas con pieles sintéticas, peinadas como si llevaran un gran repollo en la cabeza, collares y bisutería barata. Pero lo peor de todo era, sin duda, el olor que tanto los caballeros como las señoras desprendían corporalmente. Era algo muy desagradable, un olor tan profundo, parecido a la nectarina o a las bolitas de alcanfor, difícil de explicar.
Continuará...
2 comentarios:
Que arte..... Duende.
Un saludo
Me alegro que te haya gustado, Paco.
¡Un saludo!
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