Los hechos que esta leyenda relata, sucedieron en la iglesia de San Onofre, situada en la actual Plaza Nueva. Se encontraba un fraile de la congregación rezando en la Capilla, cuando otro clérigo al que no conocía entró en la iglesia, accedió a la sacristía y al instante salió preparado para dar misa. Se acercó al altar, se volvió, murmulló algo y se marchó. El fraile que rezaba, no le prestó mayor atención al hecho.
Al día siguiente, a la misma hora, volvió a entrar el mismo clérigo y actuando del mismo modo, se marchó, lo cual ya sorprendió más al fraile. Al suceder lo mismo el tercer día, el fraile decidió comunicárselo al Prior, el cual le contestó diciéndole que la próxima vez que ocurriese, se prestase a ayudarle a celebrar la misa. Un dos de noviembre, día de los difuntos, volvió a aparecer el clérigo, al cual se ofreció el fraile para realizar la misa, tal y como el Prior le había ordenado. Cuando acabó la celebración, el clérigo se acercó al fraile y le dijo que era un fraile del mismo convento que él, fallecido hacía años, y que se encontraba en el purgatorio por no cumplir en vida con su obligación de realizar la misa de difuntos, pero que gracias a él, ya había purgado su pecado y podría ir al cielo. En relación a esta leyenda, en la Iglesia del Pozo Santo, hay un grabado con una serie de números, que acompañan cada uno a un pecado venial. Bajo el grabado hay una serie de cajoncillos y dentro de cada uno unas fichas de madera numeradas. Las monjas cada vez que van al coro, sacan una ficha de un cajoncillo y la meten en otro, con lo cual pasan un alma del purgatorio al cielo.
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