jueves, 30 de enero de 2014

La Virgen del Rocío y el Cristo del Amor de Sevilla en la Antártida

Hace justamente un año, el día 30 de enero de 2013, la Base Antártica del Ejército de Tierra «Gabriel de Castilla», situada en dicha isla, está presidida por sendas imágenes de Nuestra Señora del Rocío y del Santísimo Cristo del Amor, donadas por estas mismas hermandades a la XXVI Campaña Antártica del Ejército de Tierra.

Las imágenes están colocadas en el exterior de la Base, al pie del monolito de la misma, y orientadas a la bahía interior, una caldera inundada por el mar del volcán activo en esa isla.

Las imágenes partieron con la expedición en noviembre del citado año desde el puerto de Cartagena, y se encuentran en unas hornacinas protectoras traídas expresamente desde España. Éstas están rodeadas de huesos, vértebras y costillas de ballenas, así como rocas volcánicas, que conforman el monolito de la base española.

La presencia de estas imágenes de la Blanca Paloma y del Cristo del Amor ha sido posible gracias al interés mostrado por el comandante jefe de la Base Antártica española, Álvaro Kromer Espejo, sevillano de nacimiento y además hermano de la Hermandad del Amor. Tanto la Hermandad del Rocío de Sevilla como la corporación del Domingo de Ramos mostraron su ilusión por participar en este proyecto antártico, que servirá para hacer aún más universal estas advocaciones.

Ahora, Nuestra Señora del Rocío y el Santísimo Cristo del Amor presiden la bahía interior de Puerto Foster, protegiendo no sólo a las tropas españolas allí destinadas, sino también a aquellos aventureros que cada año se deciden a realizar actividades en aquellas tierras allende los mares.

Fuente: ABC.

jueves, 23 de enero de 2014

Las Cadenas de la Catedral


Las cadenas de la catedral de Sevilla representaban el límite de la jurisdicción civil. Se pusieron en 1565 para evitar que los mercaderes de las gradas que rodeaban al recinto, entraran con cabalgaduras en los días de mal tiempo para refugiarse. También servían para acogerse al derecho de asilo que los ciudadanos desesperados imploraban ante la dureza que demostraba la justicia ordinaria en aquel momento: siglo XVI. Este derecho, impedía que los representantes de la justicia penetraran en lugares sagrados para ejecutar sus acciones.

Esta disposición de las cadenas en torno al edificio, propiciaba roces y pleitos entre las distintas jurisdicciones que tardaban largos períodos de tiempo en resolverse.

Al hecho de refugiarse de esta forma se le conoce como retraimiento. No siempre era respetado y dependía del grado del delito cometido. Un ejemplo lo tenemos en el escribano de su majestad Diego de Marchena que en 1524 asesinó a su esposa y se refugió en el monasterio de la Santísima Trinidad. Lo sacaron y lo ahorcaron en el “mármol de la cuadra” de la plaza de San Francisco, junto a la Audiencia.

Como vemos, las cadenas eran frontera de la vida ajetreada del exterior del recinto catedralicio y de la paz y sosiego imperantes en el interior del recinto sagrado.

Fuente: Catedral de Sevilla.

jueves, 16 de enero de 2014

El expolio artístico de Sevilla durante la invasión francesa (Segunda parte)

Francisco Pacheco - El Juicio Final, 1611 - 1614.
Musée Goya, Castres, Francia.

Larga es, por lo tanto, la nómina de pinturas de primera categoría que Sevilla perdió durante la invasión francesa de las cuales enumeramos aquí las más importantes como El Descendimiento de Pedro de Campaña, que procedente del Monasterio de Santa María de Gracia se llevó a París el afrancesado José María Aguado, Marqués de las Marismas. También las dos mejores obras que Pacheco pintó en su vida fueron sacadas de la ciudad como Cristo servido por los ángeles en el desierto que pertenecía al refectorio del convento de monjas de San Clemente y El Juicio Final procedente de la iglesia del Convento de Santa Isabel. Ambas pinturas se conservan actualmente en el Museo de Castres en Francia. De Juan de Roelas se llevaron la espléndida Inmaculada con el retrato de Fernando de Mata, que ha terminado formando parte de la Gemaldegalerie de Berlín y de Herrera el Viejo y Zurbarán se apropiaron de la serie de pinturas que decoraban la nave principal del Convento de San Buenaventura dispersa actualmente en distintos museos extranjeros. También el espléndido conjunto pictórico de Alonso Cano dispuesto en el retablo de San Juan Evangelista en la iglesia del Convento de Santa Paula fue indignamente saqueado por Soult quien se la quedó en propiedad dispersándose posteriormente las obras por distintos museos del Mundo.

Pero fue Murillo el objetivo primordial del expolio de Soult y así salieron de Sevilla las primeras obras de la producción de este artista que era la serie de diez lienzos que decoraba el Claustro Chico del Convento de San Francisco y que hoy está repartida por distintas pinacotecas. También Soult obligó a los canónigos de la Catedral de Sevilla a que le entregasen la magnífica representación del Nacimiento de la Virgen que hoy figura en el Museo del Louvre. Después expolió las cuatro espléndidas pinturas, todas de Murillo, que decoraban el interior de la iglesia de Santa María la Blanca y tuvo especial empeño en sustraer La Inmaculada que figuraba en un altar de la iglesia del Hospital de los Venerables que es, sin duda, la obra más bella que sobre este tema realizó este artista. Pero la mayor complacencia que pudo sentir la rapacidad del ilustre Mariscal Soult fue llevarse cuatro hermosas pinturas de Murillo que decoraban la iglesia del Hospital de la Santa Caridad y que pasaron a decorar su lujosa mansión parisina.

Como dolorosas reflexiones a esta evocación final del despojo artístico sevillano acometido por los franceses he de señalar mi más enérgico rechazo ante la actitud que todavía mantienen en nuestros días algunos historiadores del arte extranjeros. En efecto, algunos hispanistas señalan que los españoles debemos de estar muy orgullosos y satisfechos del saqueo puesto que por esta causa pudo difundirse a escala universal la grandeza y la importancia de la pintura hispana ya que, como consecuencia del expolio, los pintores españoles alcanzaron fama mundial. Frágil y absurda excusa es ésta y por otra parte falaz ya que antes de que se produjese el robo de nuestras obras de arte los pintores de arte eran ya famosos y apreciados.

En efecto, los expoliadores vinieron a Sevilla con una lista perfectamente configurada de aquellas obras que debían sustraer. Ciertamente, los individuos de la rapiña habían constituido previamente el Diccionario de Artistas Españoles realizado por Agustín Ceán Bermúdez en 1800. En este texto subrayaron las obras que eran de interés para el museo napoleónico y procedieron sistemáticamente a despojar los lugares donde se encontraban. Interesante es recordar aquí el poco conocido testimonio que de ello ofrece José María Asensio en 1886 en las páginas de su libro sobre Pacheco cuando recoge la narración de cómo en 1810 fue sustraído el cuadro del Jucio Final de dicho artista del convento sevillano de Santa Isabel en los siguientes término: “Este magnífico cuadro fue arrancado de su lugar, que era el altar de la iglesia del Convento de Santa Isabel durante la permanencia del Mariscal Soult en Sevilla. Informes de un testigo presencial permiten asegurar que el individuo encargado de recogerlo entró en la iglesia llevando en la mano un tomo del Diccionario Histórico de los más Ilustres Profesores de Bellas Artes de Ceán Bermádez y después de examinar el cuadro y leyendo a la vez la descripción, subió al altar y cortó el lienzo con una navajilla". 


En numerosas ocasiones y en medios artísticos sevillanos se ha planteado una reclamación internacional para que los cuadros expoliados sean devueltos a Sevilla, tarea sin duda heroica que se estrellaría contra las normas que rigen este tipo de actuaciones en el pasado que señalan que todo tipo de actuación ilícita con respecto a las obras de arte caducan pasados cien años. Por lo tanto, es de lamentar que en nuestros días dicha reclamación no sea factible de ser realizada.

Nos queda tan solo la esperanza de que tales barbaridades culturales no se vuelvan a repetir y también la satisfacción de que Sevilla haya sido protagonista de un esplendor artístico cuya fama superó con mucho las fronteras de la urbe hispalense alcanzando renombre internacional. Mientras tanto, en el Inventario de los cuadros sustraídos por el gobierno intruso en Sevilla en 1810, que con tanto entusiasmo e indignación publicó Gómez Imaz, queda perpetua memoria del infame atropello que en nombre de Napoleón sufrió el patrimonio cultural de esta ciudad.

Fuente: "El expolio artístico de Sevilla durante la invasión francesa". Enrique Valdivieso. Colección: M. B. vol. XXXVII. 2009; Pagina: pp. 261-267.

sábado, 11 de enero de 2014

Sevilla en un satélite de Saturno



Jápeto (Iapetus) es uno de los satélites más raros del planeta Saturno; es el octavo más distante al planeta y el tercero en tamaño, con un diámetro de alrededor de 1.500 km, después de los satélites más grandes Titán y Rea. 

Descubierto por Giovanni Cassini en 1671, tarda en completar una vuelta alrededor de Saturno 79,33 días, a una distancia media de 3.561.300 km.


Compuesto fundamentalmente por hielo
, con no más de un 20% de material rocoso, Jápeto recibe su nombre del titán Jápeto. También es conocido como Saturno VIII.

Jápeto resulta demasiado pequeño para tener atmósfera y su temperatura en superficie oscila entre 143 y 173 grados bajo cero. Al igual que la Luna con la Tierra, siempre enseña la misma cara a su planeta. Es la única gran luna de Saturno desde la que se pueden ver bien los anillos, pues las demás se hallan demasiado cerca para percibirlos con claridad.

Pero es cierto, casi todo en Jápeto es raro. En vez de ser esférica, esta luna es más abultada en el ecuador que en los polos. Y tiene una cordillera muy alta de origen misterioso que envuelve la mayor parte del terreno alrededor de su ecuador. Debido a su robustez y la cresta gigante en forma de anillo, parece una nuez de gran tamaño.


En el siglo XVII, Giovanni Cassini observó que podía ver Jápeto cuando este se encontraba en un lado de Saturno pero no en el otro. Llegó a la conclusión acertada que uno de los hemisferios del satélite era más oscuro que el otro, característica confirmada por las imágenes de las sondas Voyager y Cassini/Huygens. Se cree que las regiones más oscuras lo son por estar cubiertas por un material de origen orgánico formado por compuestos de carbono y nitrógeno. El origen de este material oscuro no es conocido, aunque se cree que podría provenir del interior de la propia luna o bien ser materia de otros satélites o anillos. No se conoce con certeza el motivo real, aunque la segunda hipótesis cada vez es más apoyada por evidencias observacionales.

Sus cráteres de impacto son anchos y profundos como fosas infernales y existe una montaña de 20 kilómetros de altura que supera con mucho a nuestro Everest, en comparación tan solo una humilde colina. En este peculiar paisaje, según han descubierto científicos de la Universidad de Washington en St. Louis, el Instituto Lunar y Planetario y el Centro de Investigación Ames de la NASA, se producen las avalanchas de hielo más gigantescas de todo el Sistema Solar, con la excepción de Marte. Los derrumbamientos, realmente grandiosos, parecen desafiar as leyes de la física.

Los investigadores han identificado treinta avalanchas masivas de hielo en las imágenes de la Cassini. Diecisiete se hundieron en las paredes de los cráteres y trece se deslizaron por los toboganes de la cordillera ecuatorial. El hielo alcanza en su caída altísimas velocidades, pero entonces sucede algo extraño. De alguna manera, su coeficiente de fricción baja y comienza a fluir en lugar de desplomarse, viajando muchísimos kilómetros antes de que se disipe la energía de la caída y se detenga completamente.

Las avalanchas de hielo en Jápeto no son solo gigantescas, sino que son más grandes de lo que deberían ser dadas las fuerzas que los científicos creen las ponen en movimiento y las llevan hasta el final.

El equivalente de la avalancha de hielo de Jápeto en nuestro planeta es un raro desprendimiento de tierra llamado sturzstrom, que se caracteriza por tener un gran desplazamiento en sentido horizontal 20 o 30 veces más largo que su caída vertical. Incluso puede subir cuesta arriba. Estos deslizamientos de tierra extraordinariamente móviles, que parecen extenderse como un líquido en lugar de desplomarse como rocas, desconciertan a los científicos desde hace mucho tiempo.

Si le gustaría una foto como este Photoshop de la izquierda en su colección, entonces su destino está en la Cordillera Ecuatorial de Jápeto. Fue descubierta por la nave Cassini/Huygens el 31 de diciembre de 2004, y se trata de una cordillera de unos 20 kilómetros de ancho y 13 de alto que se extiende a lo largo de 1300 kilómetros en el hemisferio oscuro. Algunos picos se elevan más de 20 kilómetros sobre el nivel de las planicies circundantes. El nombre se debe a que sigue casi perfectamente el ecuador del satélite, aunque sólo abarca el lado oscuro.

La cordillera es un sistema complejo compuesto 
por picos sueltos, largas serranías y una larga región con tres cadenas montañosas casi paralelas: Carcasonne, Toledo y Tortelosa. La presencia de múltiples cráteres revela que es muy antigua, aunque está restringida a la zona oscura: en la clara, sólo hay algunas elevaciones sueltas en el rango de los 10.000 metros.

En Jápeto hay otro desnivel muy notable, aunque este va hacia las profundidades: el inmenso cráter Turgis. Jápeto presenta numerosos impactos de meteoritos, pero ninguno tan grande: con 580 kilómetros de diámetro, ocupa casi el 40% de su superficie con una escarpadura de quince kilómetros hacia abajo.

Fotomosaico de imágenes de la sonda Cassini/Huygens que muestran
la Cassini Regio y Toledo Montes, la gran cordillera ecuatorial.

Jápeto es bastante más pequeño que la Luna y hay truco: su gravedad resulta cuarenta y cuatro veces menor que la terrestre. Eso significa que si aquí puedes llevar una mochila de veinticinco kilos, allí no tendrías problemas en cargar una tonelada de material. Y que si aquí eres capaz de saltar un metro, allí puedes saltar 44.

Lo va a necesitar... porque el desafío no es pequeño. Jápeto tiene varias peculiaridades curiosas. Una de ellas es que presenta dos regiones con un albedo fuertemente diferenciado: una muy clara (dividida en Tierra Roncesvalles y Tierra Zaragoza) y otra muy oscura con tonalidad rojiza que lleva por nombre Cassini. Y a lo largo de todo Cassini hay una inmensa cordillera de mil trescientos kilómetros de longitud recorriendo su ecuador, con unas alturas entre 16 Kms, incluyendo algunas elevaciones cercanas a los veinte mil metros. No se conoce la causa de esta gigantesca cordillera, que tiene el aspecto de un cinturón, aunque hay varias hipótesis.

Se estará preguntando qué pinta un post sobre un satélite de Saturno en un blog de Sevilla. 
La respuesta es bien simple. Todos los accidentes geográficos de Jápeto llevan nombres extraídos del Cantar de Roldán, un poema épico de varios cientos de versos escrito a finales del siglo XI. Escrito en francés antiguo por un monje normando, Turoldo, este cantar de gesta narra deformando legendariamente los hechos de la batalla de Roncesvalles, que históricamente no pasó de ser una escaramuza, y que pudo enfrentar a tribus de vascones contra la retaguardia de las fuerzas carolingias al mando del conde Roldán, prefecto de la Marca de Bretaña.

Además de los nombrados accidentes geográficos, las ciudades de Córdoba y Sevilla, también presentes en este poema, están representadas en Sevilla Montes y Córdoba Montes del hemisferio oscuro de Jápeto.


Más información: Si desean observar el planisferio completo de Jápeto, les dejo un par de enlaces de la NASA aquí y aquí, así como un pdf gráfico.

jueves, 9 de enero de 2014

El expolio artístico de Sevilla durante la invasión francesa (Primera parte)

B. E. Murillo - Inmaculada Concepción de los Venerables o «de Soult», 1678.
Museo Nacional del Prado, Madrid.
El despojo de obras de arte, especialmente pictóricas que Sevilla sufrió en 1810, por parte de los invasores franceses es un hecho que tiene muy pocos parangones históricos y por eso puede señalarse como casi único, antes y después de esa fecha. Es por lo tanto uno de los ejemplos de expolio artístico más lamentables que se ha producido a lo largo de los siglos y que vino a privar a esta ciudad de gran parte del espléndido repertorio de pinturas que había en iglesias y conventos. A estas instituciones religiosas se les privó de sus más importantes señas de identidad, y se les arrebató no solo piezas de enorme valor artístico y económico, sino también el mensaje espiritual que emitían en sus lugares de origen.

Como ejemplo más determinante proponemos el saqueo de la iglesia del Hospital de la Santa Caridad cuyo programa iconográfico se desmanteló por completo eliminando las intenciones de don Miguel Mañara que venían a señalar que, para alcanzar la salvación eterna, los hermanos de esta institución habían de practicar las obras de misericordia. Cuatro de las representaciones alegóricas que simbolizan los actos de vestir al desnudo, dar posada al peregrino, redimir al cautivo y asistir a los enfermos fueron sustraídos por el Mariscal Soult para integrarse en su propia colección exhibida en su domicilio de París. Después de la muerte de Soult, sus herederos en 1852 vendieron las pinturas y hoy en día se encuentran repartidas en diversos museos del Mundo.

Estas obras en los museos donde actualmente se encuentran son admiradas como magníficas creaciones de Murillo pero al estar distantes de su lugar de origen y separadas unas de otras han perdido todo su significado y su mensaje se ha desvanecido.

Ante este bárbaro despojo la Santa Caridad ha reaccionado en el presente mandando realizar copias de los cuadros robados para, de esta manera, recuperar el mensaje original de la iglesia y restablecer así su primigenio sentido.

Esta protesta por la sustracción realizada en su día por los franceses viene a estar justificada en unos tiempos en los que los pueblos y ciudades buscan con entusiasmo los signos de identidad que tuvieron en el pasado. A Sevilla con el patrimonio artístico más abundante y selecto de España se le arrebató un preciado tesoro de centenares de pinturas que colocadas en su lugar de origen tenían una relación física y espiritual con los sentimientos, emociones, recuerdos y vivencias de sus ciudadanos.

El intolerable expolio artístico de Sevilla fue llevado a cabo por una nación que, en 1808 cuando invadió España, se decía amiga de nuestro país y que con pretextos engañosos nos ocupó engendrando una cruenta guerra que duró cuatro años y que terminó con una retirada en la que los franceses no se marcharon con las manos vacías si no que, especialmente de Madrid y Sevilla, se llevaron un copioso tesoro artístico.

Aquellos engreídos ejércitos que aparentemente traían un orden nuevo, político, social y religioso, se habían confrontado con un pueblo poseído de más primitivos pero de más nobles ideales. Nada de sus ideas dejaron aquí y, por el contrario, confiscaron parte de nuestro patrimonio histórico comportándose como vulgares depredadores de un país rico en arte y espíritu.
El comportamiento del ejército francés debe de ser censurado con rigor y debe de permanecer siempre en la mente de todo español como algo ilegítimo y deshonroso.

En principio, hay que pensar que las tropas que entraron en Sevilla al mando del Mariscal Soult venían ya preparadas para efectuar el despojo artístico dado que un año antes el nefasto ministro de José Bonaparte, el afrancesado Mariano Luís de Urquijo había convencido al monarca de formar un Museo Real dedicado al gran Napoleón donde se recogieran las mejores pinturas que había en España. Lo que podría haberse considerado como una acción desafortunada e injusta terminó siendo la consagración de un latrocinio dado que los franceses al entrar en Sevilla no respetaron las normas de la capitulación efectuada entre la ciudad y el ejército invasor. Cuando una urbe capitula, ni presenta batalla ni se rinde y por lo tanto habría que respetar la vida, la hacienda y el patrimonio de los sevillanos y de sus instituciones civiles y religiosas. Toda esta rigurosa normativa de obligado cumplimiento para los invasores fue burlada por completo puesto que las tropas, aparte de exigir que se les rindiese pleitesía, amedrentaban al vecindario, allanaban moradas y ocupaban iglesias y conventos como cuarteles y caballerizas. Así se deterioraron y destruyeron bellas y antiguas parroquias como la de Santa Cruz.

Y, como colofón, el ilustre Mariscal Soult, Duque de Dalmacia, realizó un intolerable saqueo artístico en conventos, parroquias, monasterios y hermandades.

Edificios de singular belleza vieron mutilado su patrimonio al arrebatárseles sus pinturas entre las que sintieron una especial preferencia por las que eran obras de Murillo seguidas después por pinturas de Zurbarán, Herrera el Viejo, Roelas o Pacheco.

Así, edificios como Santa María la Blanca, Santa Caridad, San Francisco, San Buenaventura, Santa Isabel, Santa María de Gracia o la Catedral fueron obligados por fuerza a entregar lo mejor de sus conjuntos pictóricos a los franceses. Solo un convento, el de Capuchinos, conocedor de antemano de las intenciones depredadoras de Soult, desmontó los lienzos de Murillo que había en el Retablo Mayor de la iglesia y las capillas laterales, trasladándoles a Cádiz donde, con el mayor sigilo, se ocultaron en casas particulares, hasta que al final de la guerra regresaron a Sevilla. Esta es la causa de que actualmente en el Museo de Bellas Artes sevillano se encuentre recogida la importante colección de obras de Murillo que fue patrimonio de los capuchinos. De no haber tenido la lúcida idea de ocultar sus tesoro pictórico ante los franceses, este conjunto estaría hoy en el Museo del Louvre de París o repartido en distintas colecciones del Mundo.

La pretendida y frustrada idea de formar un Museo Napoleónico  con obras pictóricas motivó por lo tanto la sustracción en Sevilla de todo tipo de pinturas que tuvieran un mediano valor. El lugar donde se recogieron estas obras fue el Real Alcázar de Sevilla donde su gobernador Eusebio Herrera, mariscal de campo del ejército francés, español que había reconocido al rey intruso, se comportó lamentablemente como cómplice del despojo artístico. Y allí al Alcázar, como evidencia el inventario publicado por Gómez Imáz, se llevaron 999 pinturas, casi mil que fueron ordenadas y clasificadas con la intención de efectuar con ellas una minuciosa selección  que permitiese escoger las mejores para integrarlas en el museo de Napoleón. De ellas, las de superior calidad, unas 150, salieron en 1812 con destino a Francia donde arribaron a París, mientras que una pequeña parte se quedó en Madrid siempre a disposición del imperio francés quien no tuvo inconveniente en que Soult y otros generales y funcionarios fueran recompensados con un amplio lote de obras de pinturas que ellos mismos escogieron. En el caso de Soult, a su muerte, su amplia colección de Sevilla fue vendida en parte mientras que otras obras pasaron al Museo del Louvre.

No se quedó callado el gobierno español después de la Guerra de Independencia ante este despojo y pronto se emprendieron gestiones para que al menos alguna pintura importante se devolviese, especialmente entre las realizadas por Murillo. Así se consiguió que parte de las pinturas de Santa María la Blanca volviesen a España aunque nunca regresaron a Sevilla, ya que se quedaron en el Museo del Prado y lo mismo ocurrió con la Inmaculada de los Venerables que no fue devuelta al lugar de la que había sido robada si no que se integró en la pinacoteca madrileña. Es de señalar que Francia no devolvió gratuitamente esta Inmaculada de Murillo si no a cambio del retrato de una infanta de Velázquez que el Prado tuvo que entregar al Louvre.

Otras pinturas procedentes del saqueo sevillano fueron sacadas de la ciudad y se quedaron en Madrid a disposición de los franceses ingresando algunas en la Real Academia de San Fernando donde se incorporaron a su museo. Entre estas obras había un importante lote realizado por Murillo entre ellas la Santa Isabel de Hungría que después de la Guerra de Independencia fue reclamada insistentemente para que se devolviese a su iglesia, circunstancia que no se produjo hasta 1943.

Fuente: "El expolio artístico de Sevilla durante la invasión francesa". Enrique Valdivieso. Colección: M. B. vol. XXXVII. 2009; Pagina: pp. 261-267.