
María Coronel , hija de don Alonso Fernández Coronel y viuda de don Juan de la Cerda, fundó este convento de religiosas franciscanas clarisas, tras obtener la pertinente licencia del arzobispo de Sevilla, don Fernando de Albornoz.
Su apartamiento de los asuntos mundanos era ya algo antiguo y había surgido tras el fallecimiento de su marido, encarcelado y muerto por orden del rey Pedro I de Castilla. Las innumerables penalidades sufridas, junto con la entereza de su carácter y las sólidas virtudes que demostró ante ellas, hicieron que su fama se propagase y que su historia fuese adornada y enriquecida por anécdotas y situaciones que procuraban enaltecer aún más sus cualidades. Años antes de fundar este convento la ilustre dama había buscado refugio en la ermita de San Blas, existente en las inmediaciones de la parroquia de Omnium Sanctorum.
Sin embargo no debió parecerle retiro suficiente, pues poco tiempo más tarde decidió ingresar y profesar en el monasterio de Santa Clara. En aquellos años, doña María Coronel carecía ya de las riquezas y posesiones familiares, incautadas por el monarca ante las continuas negativas a sus requerimientos amorosos. Pero ni siquiera los muros conventuales fueron un refugio seguro, pues los asedios del rey continuaban. Para acabar definitivamente con ellos, doña María decidió desfigurar su rostro arrojándose sobre el mismo aceite hirviendo. Ocurrió este hecho en la cocina de Santa Clara, en el que residía, pues al carecer de medios suficientes no había podido cumplir su deseo de fundar un nuevo convento.
El caso es que el rey sobrecogido del suceso y arrepentido, ordena la curación de la dama, le implora su perdón y además, en compensación, le dice a Doña María que le pida lo que quiera. Ésta le pide al rey que sobre su destruida casa se construyera un convento de la que ella sería la primera madre abandesa y de ahí surge el Real Convento de Santa Inés, donde Doña María Coronel está incorrupta y donde puede visitarse cada 2 de diciembre.
Fuente: Wikipedia.
Fotografía: Artesacro.
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