Pedro I, llamado el Cruel por unos, el Justiciero por otros. Tenía el defecto que le sonaban las canillas al andar. Lo que sí se ha podido confirmar, gracias al estudio médico que el doctor González Moya realizó de sus restos, conservados en la cripta de la Capilla Real de la catedral hispalense, es que el rey sufrió una parálisis cerebral infantil que provocó un desarrollo físico incompleto en algunas partes del cuerpo. Esto puede explicar por qué se dice que las rótulas de sus rodillas crujían al caminar como si fueran nueces.
Algunos historiadores mantienen que fue precisamente por un lío de faldas por lo que Pedro I salió aquella noche a recorrer las calles de Sevilla. Otros defienden que fue a consecuencia de una conversación con Domingo Cerón, el alcalde del rey, que afirmó que en la ciudad no se cometía un delito sin tener su castigo, y el rey quiso comprobarlo por sí mismo.
Lo cierto es que iba solo y embozado en su capa cuando se topó con uno de los Guzmanes, el hijo del conde de Niebla, que apoyaba las aspiraciones al trono del hermano bastardo del rey. La ira se desató y las espadas chocaron en el silencio de la noche. El ruido despertó a una anciana vecina que, movida por la curiosidad, se asomó a la ventana alumbrándose con su candil a tiempo de ver cómo uno de los contendientes, cuyo aspecto recordaba al mismo rey, atravesaba el pecho a su oponente. La anciana, alarmada, volvió a cerrar la ventana pero, con tan mala fortuna, que se le cayó el candil a la calle. Apoyada sobre la ventana, intentando imaginar lo que pasaría cuando encontrasen su candil junto al cadáver, pudo oir claramente un crujido, como de nueces al chocar, alejándose del lugar.
A la mañana siguiente, en la Sala de Justicia, los Guzmanes se presentaron para exigir que se buscase al culpable de la muerte de uno de los suyos. El rey prometió hacer lo posible por encontrarlo y concluyó: "Cuando se halle al culpable, haré poner su cabeza en el lugar de la muerte". Al cabo de unos días, se trajo a juicio a una anciana que había sido testigo del duelo. La anciana, a pesar de admitir que había visto lo sucedido, se negaba a contar lo que sabía. Ni las preguntas inquisitivas de Domingo Cerón, ni las amenazas de los aguaciles, le hacían decir palabra alguna. El rey, finalmente, se dirigió a ella: "Dinos a quién vistes en el duelo y no te ocurrira nada". La anciana, cogio un espejo y colocando frente al monarca exclamó: "Aquí tenéis la cabeza del asesino". El rey, cumplió su promesa ordenando llevar oculta en una caja de madera la cabeza del culpable que fue colocada tras una reja en la hornacina . Tras su muerte la caja se abrió y para sorpresa de todos apareció el busto del pendeciero monarca en el lugar del suceso, donde hoy día aún se puede contemplar.
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