viernes, 6 de julio de 2007

Moclín


El viajero ascenderá a la impresionante fortaleza de La Mota y, gracias a la arqueología, una vez traspasadas las puertas gozará de una visión casi completa de lo que fue el pueblo medieval que se encerraba dentro de los límites del castillo. Admirará también la reconstruida abadía que hasta hace poco más de un siglo era tan rica como todo el resto del pueblo, y al descender luego y deambular sin prisa por el moderno centro urbano descubrirá –en la puerta interior de uno de los conventos– un emblema que en su momento resultó estremecedor: el del llamado Santo Oficio. El escudo inquisitorial reposa desactivado en uno de los cuarterones del portón: la cruz con la espada a un lado y la rama de palma al otro, aunque sin el salmo preceptivo que solía orlar el conjunto. El viajero, que posee una elemental cultura hispana, habrá de saber qué orden religiosa, en su rama masculina, fue cantera de inquisidores y, si quiere contemplarlo, habrá de molestarse en buscar el referido y excepcional signo del que hablamos.

La tierra se nos está erizando de castillos y lugares fuertes conforme nos acercamos a Granada por el punto cardinal desde el que le llegaba el peligro: Montefrío, Íllora, Tózar e Iznalloz cumplieron su papel mientras se pudo y supo.

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