Respeto. Esa es la palabra que rezaban en el mosaico rojo y blanco desplegado en el Gol Nord del Camp Nou el pasado miércoles en la Final de Copa del Rey.
Respeto es lo que pedimos. Sólo eso. Respeto al Sevilla FC y su afición.
Nos faltaron al respeto llevando una final a 1000 km de Sevilla. La RFEF, movida por intereses económicos y mediático-colchoneros, nos ninguneó designando el Camp Nou como sede de la final cuando pedíamos Valencia como sede neutral.
Pero aún favoreciendo los intereses del tercer equipo de Madrid, se han equivocado.
Qué bofetada tan inmensa para todo ese ejército de chocarreros de la nada, catetos de la capital del Reino, cuyo equipo venía de paseo a Barcelona a recoger la Copa.
Los voceros de la estupidez supina aireaban en las ondas sus teorías gilipollescas de la grandeza: ellos traían unos cuantos miles de tipos más a la Final, ergo eran más grandes.
Paletos.
La Grandeza es otra cosa, simpáticos bufones.
La Grandeza no está, nunca estará, a vuestro alcance.
Ni siquiera por Caridad.
Grandeza es presentarse en una Final a 1.000 kilómetros de distancia, día laborable, más de treinta mil Guardianes de Nervión. Grandeza es culminar de forma grandiosa la segunda mejor temporada de nuestros 105 años de Historia de esta manera en la que hoy hemos terminado. Grandeza es disputar una Final con un tercio de la plantilla de profesionales fuera de combate y con ocho canteranos en la lista de convocados y ganarla...
Era el minuto 5 de partido. Un servicio de Jesús Navas desde la derecha, buscando el corazón del área, se topó con el cuerpo de Domínguez, que repelió el cuchillazo del "7". El cuero botó en la media luna y fue el principio del fin para el Atlético de Madrid, que se quedó sin doblete. En la frontal apareció Capel, que remató con la izquierda con la ayuda de Puerta. Ese remate que acabó en las redes fue el de Puerta contra el Schalke, un disparo que dejó sin respuesta a De Gea. El balón sólo tenía un destino posible.
Capel, que no lleva el "16" por casualidad, le dedicó el gol a un ser querido que lo está pasando mal y, además, miró al cielo. Desde allí, su amigo Puerta le guiñó el ojo y le recordó el himno del Arrebato.
El Sevilla edificó su victoria en ese tanto celestial que supuso un retorno al pasado, a la época más gloriosa de la historia sevillista. No estaba Puerta en el campo, pero sí su memoria y su presencia en la espalda de Capel. Los de Álvarez construyeron el título a partir del 0-1, con Zokora de fondista y Navas y Capel como velocistas por las bandas.
Álvaro Negredo tuvo el 0-2 en sus botas en la segunda mitad. Pero éste llegaría gracias a un balón robado por Jesús Navas cerca del círculo central que, tras una larga carrera sorteando primero a un rival y luego al portero, encontró portería para rematar la Final y traer la Copa a la ciudad hispalense.El Grande viene del Sur. Somos menos pero somos mucho mejores. Son más, pero son muy pequeños. Se exige, se ordena, respeto para este club que, completamente solo, levanta el sexto título en tres años. Se gana una Final a estos pobrecitos que tiene como cánticos punteros en su repertorio cosas tan hermosas como “Puta Sevilla”, como “sevillano, yonkies y gitanos”, como “ea, ea, ea, Puerta se marea” o como “todas la fulanas viven en Triana”.
Grandes poetas.
Nosotros, por contra, cantamos, seguimos cantando el Evangelio del Fútbol Sevillano según Labandón.
Con eso nos basta y nos sobra para abrir puertas allá donde vamos, para marcar ciudades que nada tienen que ver con nosotros, para lograr el reconocimiento de tanta gente que queda hechizada ante la más grande (grandeza) afición del planeta.
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