Felicidades, sevillistas.
Porque tal día como hoy, un 14 de octubre de hace ciento seis años, nació una ilusión.
Lo cuentan las lenguas antiguas.
La madre de esa ilusión fue Sevilla, y le prestó su nombre.
Y para defenderlo le dio una afición.
Mi afición.
La que empuja cada domingo
sin importar el resultado.
Tu escudo, nuestra identidad.
Nuestra religión.
¿Cómo puede alegrar tanto un símbolo?
¿Cómo puede uno identificarse tanto
con una franja -cal y sangre-,
el retablo de la misa de
tres padres en el Vaticano de Nervión,
tres consonantes entrelazadas
y un balón en el centro?
El escudo, mi escudo.
El escudo del Sevilla.
Blanquirrojo tu color, vives del tiempo testigo.
¿Regalos de qué tamaño para celebrarte a ti,
en qué alfombra andalusí paseamos tus 106 años?
¿Con qué tela, con qué paños
tu nombre no desabrigo
para que pueda tu trigo
seguir dándonos espigas
hasta donde tú nos digas
siglos tras siglos contigo?
Nadie puede, nadie pudo
desteñir este menudo símbolo de mi pasión.
Morirá mi corazón, pero quedará tu escudo.
Felicidades, mi amor.
Felicidades, Sevilla.
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