Tras este gesto por amor, Susana Ben Susón fue lógicamente repudiada por sus gentes, no le quedó más remedio que convertirse al cristianismo pero, como Roma no paga a traidores, encima no consiguió casarse con el caballero amado.
Así las cosas, el obispo de Tiberiades, Reinaldo Romero, la convenció para que dedicara su vida al Señor en un convento de clausura de la ciudad. La visitaba a menudo y terminó enamorándose de ella, hasta el punto de que ésta dejó el convento y se fue a vivir con el obispo, del que tuvo dos hijos. A partir de un momento, las cosas le vuelven a ir mal y empieza un largo camino hacia la pobreza, sabiéndose que termina sus andanzas como querida de un especiero...
Según se cuenta, tras su muerte dejó en testamento que colocaran su calavera a modo de castigo ejemplar y, por voluntad propia, en la casa donde vivió. Afortunadamente no dejó que hicieran una procesión con su cadáver . Hoy en día, el nº 8 de la calle donde estaba su casa, antigua calle de la Muerte, lleva desde 1845 su nombre, y en ella se encuentra este azulejo como recuerdo de una historia de amor, odio, muerte y violencia:
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