miércoles, 1 de agosto de 2007

Abderramán I


Abd Ar-Rahman ibn Mu'awiya ibn Hisham ibn Abd al-Malik (en árabe, عبدالرحمن بن معاوية بن هشام بن عبد الملك), conocido como Abderramán I o Abd al-Rahmán I al-Dahil (el Emigrado) (Damasco, marzo de 731 - Córdoba, 788) fue un príncipe de la dinastía omeya que tras diversos azares se convirtió en el primer emir independiente del Córdoba en 756.

La situación interna del Emirato no permitió a Abderramán I dirigir las habituales aceifas a los territorios cristianos del norte. Su reinado de treinta y dos años transcurrió entre luchas intestinas para sofocar la resistencia del anterior emir, Yusuf al-Fihrí, y de sus hijos, de los sirios partidarios de los abbasíes y de los bereberes asentados en la Península.

Nieto de Hisham ibn Abd al-Malik, el décimo califa omeya, e hijo del príncipe Mu'awiya y una concubina berebere de la tribu Nafza, Abderramán nació en un monasterio del entorno de Damasco. Cuando el califa Marwan II fue derrotado y muerto en el año 750 en Egipto y se instauró la nueva dinastía de los abbasíes, el joven omeya tenía menos de veinte años. Fue uno de los escasos miembros de la dinastía que consiguieron escapar a la matanza de Abú Futrus.

Junto con su hermano Yahya se refugió junto con tribus beduinas en el desierto. Los abasidas persiguieron a sus enemigos sin piedad; los soldados mataron a su hermano, y él se salvó huyendo primero a Palestina y Siria y después al norte de África, el refugio común para aquellos que querían escapar de los abasidas.

En la confusión general producida por el cambio de dinastía, África había caído en manos de caciques locales, antiguos emires o tenientes de los califas omeyas, que ahora buscaban independencia. Después de un tiempo Abderramán descubrió que su vida estaba amenazada y huyó aún más lejos hacia el oeste, refugiándose entre las tribus bereberes de Mauritania (en la tribu de los Nafza a la que pertenecía su madre). En medio de estos peligros mantuvo sus ánimos gracias a su confianza en una profecía de su tío abuelo Maslama, según la cual él restablecería la fortuna de su familia. Fue seguido por algunos clientes de los omeyas.

El joven Abderramán, acompañado por su leal vasallo Badr, y después de atravesar todo el norte de África, llegó a Ceuta en 755, y desde allí envió un agente a España para buscar los apoyos de otros clientes de la familia, descendientes de los conquistadores de España, que eran numerosos en la provincia de Elvira, actualmente Granada. El país estaba en un estado de confusión debido al débil liderazgo del Emir Yusef, una simple marioneta en manos de una facción, y estaba dividido por las tensiones tribales entre árabes y los conflictos raciales entre éstos y los bereberes. Esto dio a Abderramán la oportunidad que no había encontrado en África. Bajo invitación de sus partidarios llegó a Bitruh Riyäna (Playa Burriana) en Nerja, al este de Málaga, en septiembre de 755.

Durante un tiempo Abderramán se dejó guiar por sus seguidores, que eran conscientes de los riesgos de su empresa. Yusef comenzó negociaciones, y ofreció a Abderramán una de sus hijas en matrimonio y tierras. Esto era mucho menos de lo que el príncipe esperaba conseguir, pero probablemente se habría visto forzado a aceptar la oferta si la insolencia de uno de los mensajeros de Yusef, un renegado español, no hubiera ultrajado a uno de los jefes leales a la causa omeya, llamado Obeidullah, mofándose de su incapacidad de escribir bien en árabe. A causa de esta provocación Obeidullah saco su espada.

Durante 756 Abderramán apoyado por tropas sirias, yemeníes y berebéres luchó una campaña en el valle del Guadalquivir, que terminó el 16 de mayo, con la derrota de Yusef fuera de Córdoba. Las tropas de Abderramán eran muy débiles ya que él era casi el único que montaba un buen caballo de guerra; no tenía bandera, y se improvisó una con un turbante verde y una lanza. El turbante y la lanza se convirtieron en la bandera de los omeyas españoles. Se proclamó emir independiente de Al-Andalus en Archidona y los abasidas de Bagdad perdieron este territorio. Poco después Abderramán entró triunfante en Córdoba con su espléndido caballo blanco.

El largo reinado de 32 años transcurrió en una lucha para traer a sus anárquicos árabes y bereberes al orden. Nunca habían pretendido tener un maestro, y se resistieron a su mandato, que se fue haciendo cada vez más duro. En 759 aplastó una rebelión encabezada por el antiguo emir, que acabó con la ejecución de éste. En 763 tuvo que luchar en las mismas puertas de su capital con rebeldes que actuaban por cuenta de los abásidas, y gano una señal de victoria; cortó las cabezas de los líderes, las llenó con sal y alcanfor y las envió como desafío al califa del este.

También hizo frente a los reinos cristianos, primero exigiendo tributo al Reino Astúr-leonés, que se tuvo que ver obligado a pagar por el potencial omeya, y luego manteniendo la marca norte de la península al conquistar Zaragoza luchando contra los Francos de Carlomagno. La retirada de los francos provocó el ataque de los vascones en Roncesvalles. Siempre tuvo un gran ejército, compuesto en su mayoría de mercenarios bereberes.

La organización de su territorio estuvo muy bien organizada gracias a la eficacia de su ministros, gobernadores en las siete provincias del emirato, caldíes, jueces de las ciudades y el consejo coránico, que procuraba la integración de las diferentes etnias bajo las leyes de Mahoma, como los muladíes (cristianos conversos), mozárabes (cristianos que pagaban tributo extra por permanecer en territorio musulmán) y los judíos, plenamente integrados. Además siempre tuvo 4 ó 5 asesores que le aconsejaban en cada decisión difícil.

Ordenó que no se rezase jamás por los abasidas de Bagdad. Se proclamó príncipe de los creyentes y en los minaretes se rendían culto a su persona. En las monedas no se hacía ninguna mención a Bagdad y tan solo reflejaban el año en curso y el nombre de Al-Andalus. Fomentó los cultivos e introdujo la palmera en la península ibérica. Según la tradición todas las palmeras de España descienden de una palmera que plantó Abderramán I con sus propias manos en el jardín de su palacio de Córdoba.

En 785 decidió aprovecharse el material de una basílica visigoda dedicada a San Vicente para iniciar la construcción de la mezquita de Córdoba, que quedaría para la posteridad como símbolo del esplendor de la España musulmana.

Tuvo tres hijos legítimos que pretendían sucederle, Suleimán, Hisham y Almondzir. Abderramán tomó la decisión de elegir él el sucesor siguiendo una antigua traición oriental. Escogió a Hisham, por ser el más parecido a él tanto en carácter como físicamente, dejándole un legado inmenso.

Nunca llegó a perder ninguna batalla ante ninguno de sus enemigos y en sus últimos años, Abderramán tuvo que lidiar con una sucesión de conspiraciones de palacio, que reprimió brutalmente. A pesar de ello, fundó la dinastía que aseguró el control omeya de España hasta 1031.

Semblanza:

Los cronistas presentan la siguiente semblanza física y moral del fundador del emirato Omeya en España:

Abderramán era alto y delgado, rubio y con poco pelo en las mejillas. Tenía un lunar en la cara y era tuerto. Llevaba dos trenzas o dos bandas sujetas al pelo. Vestía de blanco y usaba turbante. Era elocuente, gran orador, buen poeta y pluma fácil. Actuaba en política con prudencia y tino en un constante tira y afloja, porque era muy precavido y reservado. Era osado y resuelto, pues no vacilaba en ir al encuentro de sus enemigos, incansable e inquieto. Visitaba a los enfermos, asistía a los entierros y rezaba con la gente los viernes y fiestas canónicas. Presidía las procesiones de rogativas de lluvia, llorando e implorando a Dios. Por su coraje se le llamó el «Sacre de Quraych» y se le comparó con el segundo califa abbasí al-Mansur. Dejó al morir once varones y nueve hembras.

Fuente: Wikipedia.

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