jueves, 31 de mayo de 2007

De Carmona a El Arahal


Como era primavera, no les azotó el rostro el viento solano. El Ayuntamiento de Carmona era el antiguo colegio Jesuita, el de San Teodomiro. Y allí, como en muchas otras ocasiones en que desde la Sevilla de Cecilia Böhl de Faber hizo excursiones a Itálica, descubrió bajo la Andalucía de los musulmanes caminos y plantas, piedras y mármoles de la anterior Andalucía de los romanos y desde su Alcázar se divisaban o intuían Marchena, Morón, El Arahal, Paradas, Osuna, Fuentes, Sierras de Ronda, Jerez, Grazalema, Zahara, Ubrique... En Carmona, Servio Galva rehizo sus tropas diezmadas por los lusitanos: los copistas escribían el topónimo con «K» y Ptolomeo decía Charmonia. Ya les llega a los musulmanes con el abolengo que tiene Carmo de pámpanos y racimos que aludían a Baco ¿acaso por eso la campiña fue talada por Soleiman cuando éste fue rechazado de su campamento en las afueras de Córdoba? En muchas acciones de las guerras intestinas entre musulmanes y de cristianos contra musulmanes en aquellos siglos X ó XI figuraba la caballería de Carmona. Carmona suena una y otra vez en las luchas intestinas entre reyezuelos árabes, en retirada de almorávides y peligros almohades, y suena cuando los cristianos la sitian con San Fernando a la cabeza y otra vez es centro de luchas internas entre familias que bajaban de Castilla. Mientras el rey don Juan ii pasaba de largo por Carmona para poner sitio a Granada, la reina, su esposa, entraba por una de las puertas de la ciudad, ¿la de Marchena, la de Córdoba, el arco de la Carne? Cuando iba hacia Granada, Irving encontraría las diligencias y los cosarios con bestias de carga con correo, mercancías y criaturas que cruzaban a la Campana, a Fuentes de Andalucía, a Marchena y Paradas, a Alcolea y Villanueva del Río, a Tocina, a Lora del Río, a Cantillana, a Córdoba y a Écija –la sartén de Andalucía– y a los baños de Carratraca que estaba tomando el poeta Espronceda cuando Espartero se montó en Madrid en el caballo del poder. Y otra vez la caballería de Carmona jugaría, a las órdenes del duque de Alburquerque un gran papel contra los franceses en 1810. En el itinerario de Sevilla a Granada, Carmona simboliza los caballos, los jinetes, las caballerías, el mundo de las diligencias y los cosarios que cruzan los caminos. Carmona era ya entonces reminiscencia de aquellos criaderos de caballos andaluces, que recordaría Richard Ford en su Viaje, establecidos cerca de Córdoba y de Alcolea hasta que los franceses se llevaron los mejores sementales, que acaso morirían en Rusia. Aquí, –y aquí es Córdoba– bajo los moros –escribe Ford– estaba el Al-haras (de donde Haras), la guardia montada del rey, compuesta de extranjeros o bien de cristianos, mamelucos o esclavones...

Y a cinco leguas de Carmona estuvo –estaba cuando Irving vivía atento a las cartas que llegaban de Madrid y que se repartían desde allí– y está hoy en las mismas cinco leguas de la ciudad de Marquena, que no sonaba ni en la España musulmana ni en la romana, pese a que, acaso, fuere la Castra Gemina de que habla Plinio. Marchena, con la casa-palacio de los duques de Arcos: el ducado otorgado por los Reyes Católicos a don Rodrigo Ponce de león, IV conde de Arcos de la Frontera, duque de Cádiz, rico hombre y alguacil de Sevilla, con escudo partido primero en campo de plata, un león rampante de gules, y segundo en campo de oro, cuatro bastones de gules con bordura general de azur con ocho escudetes de oro fajados de azur. Todos estos detalles, a Irving, que nevía de un país con una historia acabada de nacer, lo ponían en tensión. Colón, Mahoma, la Alhambra, y aceitunas de El Arahal para abrir boca: gordales, manzanillas, picudillas, tetudas, zorzaleñas, zapateras...

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