martes, 1 de abril de 2008

La Macarena

Traspasar el arco de la Macarena es adentrarnos en uno de los barrios con más solera de los que aún mantienen la típica impronta sevillana. Popular y castizo, podría decirse que se trata de un pueblo en el corazón de la ciudad, un pueblo con vida propia en el que su arquitectura y su gente es tan importante y heterogénea como lo son sus monumentos, sus leyendas y sus tradiciones.

No en balde, la puerta de la Macarena es la única que se conserva, junto a un tramo de la muralla que llega hasta la puerta de Córdoba. A lo largo de ella se suceden siete torreones cuadrados y uno octogonal -la Torreblanca o torre de la Tía Tomasa-, donde cuenta la leyenda que habitó el diablo Cascarrabia convertido en mico, y que a las doce de la noche daba tremendos aullidos capaces de aterrar a la vieja más impávida.

Testigo mudo:

La muralla, construida en el siglo XII sobre los restos de una romana anterior, fue reformada y ampliada más tarde por almohades y cristianos, y formó parte del muro defensivo de la ciudad, que alcanzó seis kilómetros de perímetro, con 166 torreones, 12 puertas y 3 postigos, en su mayoría sacrificados a fines del XIX como consecuencia de los nuevos trazados urbanos. El arco, cuyo aspecto actual, enmarcado en pilastras y rematado con jarrones, es obra del siglo XIX; es la célebre puerta de la Macarena, llamada Bab-al-Makrina por los árabes. Ya existía en el siglo II d.C., cuando Sevilla disfrutó de un gran esplendor, llegando a ser la capital de la Bética y la mayor ciudad de España. De hecho, el Cardus Maximus o calle principal se prolongó en aquellos tiempos por la actual calle San Luis hasta la puerta de la Macarena, aunque con anterioridad ya existía algún núcleo de población en este enclave. Frente a ésta, la basílica de la Macarena se alza majestuosa como si conociera tesoro que encierra, la universalmente conocida imagen de la Virgen de la Esperanza Macarena, talla barroca que ha sido modelo de dolorosas sevillanas y andaluzas y que la tradición atribuye a Luisa Roldana, "La Roldana", pues sus rasgos sólo los pudo crear la sensibilidad femenina.

Son variadas las teorías y tradiciones acerca del nombre "Macarena". Desde las que apuntan a su origen romano Macariusena (propiedad de Macario), o Macaria, hija de Hércules, en cuyo honor se construyó esta puerta, hasta los que opinan que procede de los palacios de una princesa mora. Lo que sí es cierto, es que casi todas las teorías coinciden en la existencia de una finca o cortijo que nacía en el arrabal de la puerta Norte (puerta de la Macarena).

El paso de Don Fadrique:

También está probado que por ella entró el infante don Fadrique en 1358, cuando engañado vino a Sevilla para ser muerto por mandato de su hermano, el rey Pedro I de Castilla. Sufrió reformas en el siglo XVI para mejorar los accesos de la ciudad y durante el XVIII para arreglar los desperfectos causados por el terremoto de Lisboa.

Bordeando las murallas por la calle Macarena llegaremos a la puerta de Córdoba, que se encuentra adosada a la espalda de la iglesia de San Hermenegildo. Desconocida para muchos, se trata de la típica puerta musulmana acodada y de arco de herradura; en ella cuenta la leyenda que sufrió la muerte San Hermenegildo en el año 578, hecho histórico difícil de constatar y más aún de creer. También se dice que Fernando III el Santo entró por ella disfrazado de moro días antes de la conquista de la ciudad para inspeccionarla, saliendo por la puerta de Jerez. Estamos ya en el barrio de San Julián, con el bellísimo trazado de calles sinuosas y cuya iglesia alberga la popular Virgen de la Hiniesta.

Son barrios que no han perdido el sabor con el paso de los años. De hecho, fueron los preferidos por Cervantes, al que no le faltó la inspiración con descendientes poco aristocráticos vecinos que se afincaron en estos barrios tras la expulsión de los judíos.

La plaza de Pumarejo:

A las espaldas de San Gil, la plaza del Pumarejo es todo un espectáculo los días de Semana Santa, cuando el barrio entero se viste de gala. La plaza la preside el palacio de don Pedro Pumarejo, y curiosamente, en el tramo de la calle San Luis que va desde esta plaza hasta la de Santa Marina, fue donde el rey Pedro I el Cruel vio por primera vez a doña María Coronel y se enamoró de ella, sometiéndola después a tal acoso que dio origen a una de las más notables leyendas sevillanas: la dama, para huir de las vehemencias del monarca, se arrojó aceite hirviendo en el rostro, cuyas marcas aún se pueden apreciar pues su cuerpo incorrupto es expuesto al público cada 2 de diciembre en el convento de Santa Inés, que ella misma fundó.

Frente a la iglesia de Santa Marina está el Centro Andaluz de Teatro, ubicado en el extraordinario edificio del Noviciado de San Luis.

Fuente: ABC.

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